Microrrelatos. Bruja y loca

La leyenda de Lora, la bruja de Famara, revela una historia de amor, pérdida y redención marcada por la magia y el juicio de un pueblo.

Olga Valiente Miércoles, 15 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

Cuentan los ancestros que, en los acantilados de Famara, cuando el sol se pierde en el horizonte y el mar se vuelve más bravo, en el cielo se dibuja la silueta de una mujer con el cabello suelto ondulando con el viento. Nadie sabe quién es, pero todos la llaman Lora.

 

Dicen también que con ella llega un aroma a romero y lavanda que recorre las calles del pueblo y se queda flotando en el aire hasta llegar el día, que sus ojos cambian de color con cada estación, que habla con los animales y que las nubes, el viento y la lluvia la obedecen. Pero lo que nadie sabe es que Lora es amiga de la naturaleza porque es la única que no la juzga.

 

Algunos habitantes del pueblo, comentan verla pasear descalza por la plaza, con un vestido largo y de color negro, mirando siempre al suelo, como ausente. Otros, la llaman “loca” entre susurros. Los niños la conocen como “La Santa” y, sin embargo, ninguno sabe cuál es su gran secreto: era bruja, amó profundamente y, con su propia magia, mató sin querer a su amado. Su nombre era Einar, era un marinero fuerte, de sonrisa contagiosa y nariz aguileña, que naufragó rumbo a La Graciosa en una noche de tormenta. Unos compañeros de la mar lo encontraron inconsciente en el puerto de Órzola y avisaron a Lora. Ella se lo llevó a casa y trató de reanimarlo a base de hierbas y conjuros, pero, tras varias semanas de agonía luchando entre la vida y la muerte, el corazón de Einar se despidió para siempre.

 

Desde entonces para ella dejó de existir el tiempo, los días y las noches pasaban desapercibidos y su alma se llenó de tristeza y vacío. Pasaron lunas, estaciones y eclipses... y no volvió a ser la misma.

 

—¡Ladrona de almas! —gritaban. Y ella, asentía.

 

Años más tarde, siendo ya anciana, Lora hizo algo que juró no haría nunca: usó su magia para traerlo de vuelta. No en cuerpo, sino en alma. Le pidió al mar que se lo devolviera, lo invocó por su nombre y pasó siete días y siete noches rogándole a su espíritu, hasta que finalmente, en la octava, el eco del viento le trajo una voz conocida:

 

—Lora...

 

Einar estaba allí, aunque sólo en espíritu, impregnando el aire de todo el amor que le tenía. No podían tocarse, pues si lo hacían el velo entre ambos mundos se rompería para siempre, pero sí que se sentían.

 

—Entrego mi alma al diablo con tal de tenerte de vuelta —decía, llorando.

 

—Déjame marchar, brujita. Yo estoy en paz y tú no debes atormentarte. Hiciste lo debías, déjalos que juzguen.

 

Lora entendió que el amor nunca lleva cadena, ni siquiera una hecha de hechizos, así que, con todo el dolor de su corazón decidió dejarlo libre. Subió al acantilado, recitó el conjuro inverso desatando el lazo entre los vivos y los muertos, dejándolo libre.

 

—Vendré a verte cada noche. Solos tú y yo, y como único testigo la luna. Hasta que el mar se canse de besar la orilla...

 

Ese día Lora dejó de sonreír, dejó de envejecer y apagó el sonido de su voz a quienes no sabían escuchar. En su interior quedaba la promesa de llevarle flores y amarlo para siempre, aunque para ello acabase convertida en la loca del pueblo.

 

Olga Valiente

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