Arrancapinos, que arranca los pinos a guantazos y Allanamontes, que allana los montes con el culo, son dos personajes del cuento popular Juan El Oso, uno de los cuentos de tradición oral más antiguo de nuestra literatura, una historia que nos remite al origen de las sociedades agrícolas, en el final del neolítico. Juan el Oso, el personaje principal, mitad humano mitad oso, podría verse hoy como un ancestro lejano de los bestiarios medievales, representante arcaico del hibridismo de las especies, totemismo animal que ya venía barruntando la conciencia de la cooperación interespecie desde nuestra mitología y acervo cultural más arcanos. Me gusta pensar, aunque no sea así, que quizá son estos los verdaderos inicios de nuestra etnografía multiespecie, mucho antes del llamado giro animal de los años ochenta.
En la actualidad estamos ante una “vegetalizacion” y el giro es vegetal, por fin pasamos de totemismos más predadores animales al turning plant, un totemismo vegetal más respetuoso o menos hostil y más en consonancia con el pensamiento ecofeminista, eco crítico y posthumano. Estos paralelismos entre las humanidades ambientales y los discursos de la naturaleza de las cosmovisiones originarias, como las teorías de la cultura de la paz basada en la comunicación interespecie y las sociedades matrilineales de la arqueo lingüista M. Gimbutas, evidencian la necesidad de unión del humano con el todo.
“Cualquier vecino de Juncalillo de Gáldar prefiere que lo visiten con una ramita de pino que con una imagen del santo”, experiencia relatada por el poeta y gestor cultural Manolo Díaz García, en ocasión de la visita a un amigo ingresado en el hospital. Esa ramita viene del árbol y el árbol del lugar, he aquí quizá un remanente de esas veneraciones canarias al genii loci, seres elementales o espíritus de los antepasados que custodian los lugares sagrados como podría ser Tamadaba, nuestro Olimpo de los dioses, a donde subimos en procesión para buscar ramas, preservando así el significado principal, acaso el vínculo trascendental con el territorio, de las fiestas patronales del Valle de Agaete en junio y las de Agaete mismo en agosto, o las de la Rama de Juncalillo de Gáldar, entre otras.
El paisaje como hierofanía es una forma de entender el mundo que no se ha podido erradicar, a pesar de concilios como el de Toledo, en el año 661( ”...la persecución y castigo de los adoradores de los ídolos, los que veneran piedras, encienden antorchas y dan culto a árboles y fuentes»), o de las sucesivas prohibiciones por parte de las autoridades cristianas, como la del año 399 d.C., fecha que pretendió marcar el final oficial del paganismo en Hispania. Pero no, al parecer el paganismo no ha llegado a su fin: ”La dentrolatría(culto al árbol) beréber primitiva persiste a través de la islamización con rasgos acusados” señala el etnólogo J. Cola Alberich, porque como vemos los cultos politeístas pervivieron durante mucho tiempo, sobre todo en las zonas rurales, y por ello aún hallamos reminiscencias paganas en muchas prácticas, como en las del peregrinaje, por ejemplo hacia la Virgen del Pino en Teror, o en la toponimia, nuestro Pinosanto de Santa Brígida..., o en la propia monumentalización del territorio, espacios santuarios varios para el culto a la divinidad por todo el archipiélago canario:
“Contamos con más de diez mil casos, y quizá muchas más”, explica el historiador M. Martín González, de manifestaciones naturales de culto como son las cuevas santuarios, los almogarenes, las aras de sacrificio, los efequenes, (círculos de piedras en Lanzarote y Fuerteventura), cazoletas, concheros, etc, lugares estudiados y bien documentados que responden a estos usos cultuales en los que la comunicación interespecie es notoria.
En los pueblos norteafricanos, vecinos al archipiélago canario, se presenta el culto a las piedras como una práctica muy antigua, tanto como la de los árboles, mucho antes de los sincretismos religiosos obligados por la cristianización o la islamización; y es que, aunque sincretizar sea, a veces, más una forma de enmascarar o de imponer que de integrar, las prácticas del pueblo casi siempre consiguen desedimentar las capas coloniales impuestas y, tal como el símbolo se origina y resuena en las capas más profundas de la psique humana, la atracción por los emblemas representativos del pueblo siempre afloran, como resuena entre los pobladores isleños, por ejemplo la adoración al Roque Nublo y al Roque Bentayga en la cumbre de la isla de Gran Canaria.
Parece que todos estos elementos naturales son depositarios de una sabiduría pretérita, de hecho los árboles son vistos como seres sagrados, seres divinos en muchas culturas, no en vano son el símbolo vertical por antonomasia del axis mundi, en ellos tenemos la unión entre el inframundo por sus raíces, la tierra por su tronco y la esfera celeste porque al cosmos apuntan, sin duda desarrollaron un papel fundamental en la antigüedad, ¿por qué si no iban los evangelistas a emprender esa campaña tan atroz de tala de tantos árboles, quemar bosques sagrados y prohibir los altares campestres o rituales en plena naturaleza? Para someter al pueblo sajón, Carlomagno mandó a talar su roble sagrado, Irminsul( traducción de pilar que conecta el cielo con la tierra) y que San Bonifacio, evangelizador de Germania, ordena derribar el roble de Thor para construir una iglesia con su madera, acto fundacional de las raíces del cristianismo en Europa.
La tala indiscriminada de árboles en Gran Canaria también tuvo sus episodios nacionales, una especie de serie de terror trágica que duró desde la conquista de las islas hasta bien avanzado el s.XIX. Este proceso de dentrocidios perjudicó gravemente la biodiversidad y supuso, dicen los expertos, la pérdida del 70% de la cubierta arbórea. El dolor de esta deforestación, en general en todas las islas, ha sido recogido por muchas manifestaciones artísticas, como la triste endecha a la muerte de Guillen Peraza, con clara alusión a la tierra devastada, “no vean placeres, sino pesares, cubran tus flores los arenales”, o Árboles, una campaña periodística de Francisco Gonzáles Díaz, quien ya en 1906 hablaba de la urgencia de reforestar Gran Canaria como símbolo de sociedad culta y bienestar.
Entre los árboles considerados sagrados por los canarios, según las crónicas, destaca el árbol del Garoé y sus múltiples beneficios para el pueblo, siendo todo él un manantial, así como la fuerza legendaria del drago canariensis, que aparece incluso en el paraíso del Bosco, demostrando el valor que se le otorgaba en la Europa medieval, sobre todo por sus usos medicinales para cicatrizar heridas (la sangre de drago como mímesis) para curar hernias, etc. Pero curiosamente, de entre todos los seres arbóreos, el más talado, al parecer, fue el pino canario por el grosor de su tronco y la fuerza de su madera, aunque quizá también por ejercer ese gran asombro y adoración en los antiguos canarios debido al porte tan grandioso que tiene el pino, como es el caso del Pino de Teror.
No es segura la raigambre aborigen de este culto al pino, sin embargo los pueblos antiguos sacralizaban el tiempo, quizá por esa información y fuerza que les proporcionaban los solsticios, los equinoccios y los ciclos de las cosechas. También sacralizaban el espacio: un pino de esa envergadura podría verse fácilmente como un ser divino (todas las fuentes escritas destacan la majestuosidad y el tamaño de este pino con una altura de unos 42 metros y un diámetro del tronco de más de 6 metros), si miramos con esa cosmovisión ancestral. Además, los cronistas recogen la presencia de un manantial de aguas purificadoras en este pino.
“A el pie de este árbol,havía un çarsal de onde salían unos manantiales de agua, que recojida en un pozuelo, la llebaban los canarios, para dar de veber a sus enfermos, i otros tullidos, i de diferentes achaques venían a labarse la parte enferma y verdaderamente sanaban”. Marín de Cubas.
Y aún había más, el pino contaba con tres dragos en su copa y entre ellos con una piedra interior en la que había grabados podomorfos, dijeron después los historiadores, unos pies grabados que sin embargo la fe cristiana atribuyó a los pies de la virgen.
“Y dio rasón como en el pie de los dichos Dragos estava una laja, y que en ella estavan señaladas las plantas o pies de Nuestra Señora y que a sido público en los antiguos, y que apareció Nuestra Señora en dicho pino, y entre dichos dragos”.
Finalmente, este pino cayó, como han seguido cayendo otros muchos congéneres, y de ser considerados seres sagrados muchos árboles han pasado a ser olvidados y descuidados por el ser humano, como escribe en Pinos de Gáldar. El Ocaso de un pinar, del biólogo canario, Águedo Marrero.
Afortunadamente, el hibridismo multiespecies asoma desde muchos ámbitos: en la toponimia, en los grabados rupestres, en los motivos decorativos de la cerámica, como la imagen antropodentromorfa (figura mitad humana mitad árbol) del Vaso de Arzcobriga, en Zaragoza, s.I d.C., o la de los hombres osos, Les trois frères de los Pirineos franceses, imágenes que representan la unión multiespecie como algo natural y cotidiano.
Por otra parte, la etimología siempre es amiga y nos lleva de la mano al origen, y desde el origen se puede entender mejor el significado de las cosas. Humano proviene del latín humanus, que está relacionado con homo (ser humano) y con la raíz humus, que significa "tierra" o "suelo". En el principio fue barro.
En fin, como comenta la investigadora canaria Daniasa Curbelo, lo que nos hace falta es campo. Sí, nos hace falta más ruralidad para volver a ser seres más completos y confirmar lo que atestiguan los estudios, eso de que la ciudad siempre fue más una fortaleza para la ortodoxia cristiana mientras que el campo siempre ha sido el lugar de las disidencias religiosas hegemónicas. Este hecho engarza con la idea urgente de reforestar nuestra imaginación, recuperar nuestra competencia simbólica y dar paso a su florestanía, concepto análogo de ciudadanía pero con mirada y respirar más saludables, más vinculadas al bosque y la selva, propuesto por el activista y escritor Ailton Krenack.
Con todo, el menosprecio del lenguaje poético y mitológico, y la infantilización de los númenes o seres elementales han desterrado a los seres arbóreos y a todos los reinos no humanos al mundo de la fantasía y con ello el reino vegetal y sus hierbas, lejos de ser concebidas como seres vivos se han convertido en sustancias, porque en la especie humana tenemos tendencia a cosificar la otredad y así el paradigma dualista natura cultura sigue ejerciendo la fragmentación y el corte de comunicación con las otras especies compañeras. “¡Qué clase de hombre soy si ya no entiendo lo que me dicen las plantas ni las piedras", clama el indígena colombiano en la película documental El abrazo de la serpiente.
Muchos somos los humanos que no tenemos fe en los dogmas religiosos y menos en los monoteístas, pero muchos también somos los que, si tenemos fe en algo es en la naturaleza y en el amor, y yo añadiría fe en la ficción: el jardín es una metáfora de vida y prosperar es vivir en sintonía con las estaciones, saber cuándo es tiempo de dormir en el silencio de los inviernos, cuándo es tiempo de sembrar, qué toca podar, qué hojas deben caer y cuándo es tiempo de florecer y dar frutos.
Lo salvaje nos atrae pero el bosque es muy profundo, ahí se habla un lenguaje muy antiguo ya casi olvidado y pocos son los que se animan a emprender el viaje iniciático hacia lo salvaje o desconocido, tal y como ocurre en los cuentos populares de tradición oral, como en Juan el Oso. Frente a la hibridez de especies de este viejo cuento, en la epopeya de Gilgamesh, del III milenio a. C., el rey de Uruk es nuestro símbolo de la civilización y parece encarnar la escisión natura-cultura al derribar a Humbaba, el guardián de los cedros, para levantar después “la primera muralla” de la ciudadanía. Gilgamesh ya no es un ser híbrido, es más bien el alter ego de Einkidu, su doble salvaje. Esta obra, podría marcar, de alguna manera, el posible inicio de ese paradigma binario fragmentado en la literatura universal, en el que además, el discurso modelo es el de las narrativas de aventuras de héroes masculino y sus conflictos, el discurso de la lanza y su hostilidad en una historia lineal.
Pero sabemos que también existen otros lenguajes más amables y cíclicos, que se resignifican todo el rato, como el de la poesía y la ciencia, reivindicados por Humboldt o Goethe en La metamorfosis de las plantas, lenguajes menos épicos que pueden expandir conciencia y que promueven literaturas fantásticas y de ciencia ficción como la de U. K Le Guin( en El nombre del mundo es bosque), o textos ecocríticos como el Manifiesto fRuturista del escritor canario J.M. Marrero Henríquez, porque quizá el futuro sí pueda estar lleno de fruta de temporada y del país, proveniente de árboles y tierras locales, quizá no tenemos porqué vivir “un futuro de vértigo sino un fRuturo de sosiego”, un futuro casi ancestral que nos sacuda la ceguera espiritual y vegetal, que podamos padecer como ciudadanía en nuestras sociedades cada vez más tecnocráticas, y nos despierte a esa florestanía como ejercicio necesario de apertura de parentescos multiespecie.
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Resacralizar estos espacios y recuperar sus narrativas ancestrales y folclore de los imaginarios del agua, del reino mineral o vegetal puede ayudar a la comprensión más global del territorio, así como a construir una mirada menos cercenada para vivir una vida menos fragmentada, pues lo espiritual y sus prácticas promueven ejercicios de reforestación imaginativa para nuestras mentes, nuestros cuerpos y para el territorio que habitamos. Quizá sea tiempo de que nuestros genii loci, los Mahios, guardianes de laurisilva y pinares canarios regresen y vuelvan a alumbrar estos caminos porque cuando el folklore mitológico se une al ecologismo tenemos un activismo espiritual político y revolucionario que nos llevaría de la mano desde nuestro patrimonio intangible al ambientalismo.
Carola Pérez García
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