¡Ay, mi cielo!

Quico Espino

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El título lo puso una amiga mía, en la playa, donde nos encontrábamos en ese momento, disfrutando de un día espléndido, con un cielo que parecía reventar de azul y unas nubes blancas alargadas que pretendían cubrir toda la cordillera de Tenerife, con Teide incluido.

 

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Está el cielo para cantarle una canción, pensé, y recordé el bolero que dice que “el mar  y el cielo se ven igual de azules y en la distancia parece que se unen. Mejor es que recuerdes que el cielo siempre es cielo y nunca, nunca, nunca el mar lo alcanzará”, o para escribirle un poema en el que se alabe sus encantos, y entonces me puse trascendental y cavilé con el hecho de que es una cúpula que cubre el universo, y que nosotros, en este humilde planeta, giramos y giramos sobre nuestra órbita y alrededor de un sol que nos alumbra y que es una estrella más en ese inmenso cielo que nos circunda y que cada vez se hace más grande,

 

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… más ancho, más inmenso, lleno de estrellas, planetas y lunas, un cielo misterioso como el que nos ofreció Stanley Kubrick en su película “2001, odisea espacial”, (1968) en la que aparecían agujeros negros, lo que hace que dicho director sea considerado una especie de visionario, pues se adelantó cuarenta y seis años a la primera detección de ondas gravitacionales producidas por la fusión de dos agujeros negros, a unos 1337 millones de años luz de la Tierra, lo cual es un misterio que no tiene cabida en mi cerebro, aunque me parezca todo muy interesante y seductor.

 

Me seduce más contemplar las asombrosas puestas de sol que nos brinda Sardina, especialmente en otoño. Esos cielos encendidos en llamas rojas, amarillas y grisáceas, ese mar que se pinta de plata en cuyo horizonte se acuesta el sol.

 

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Y más cuando hay un velero en la mar, como dice mucha gente, dándole un toque poético a esa inmensidad líquida, y surge el Teide entre las nubes, rasgando el aire, irrumpiendo en el espacio celeste igual que una enorme teta, con su pezón y todo,  que surge desde las profundidades.

 

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Por eso le he querido dedicar un poema, al que voy a titular “Mi cielo”:

 

Mi cielo está teñido de colores
que van desde el naranja hasta el rojizo 
y pueden convertirse en un hechizo
cuando el sol adormece sus fulgores. 

 

No existen en el mundo los pintores
que consigan plasmar, con el permiso
de un cosmos que se yergue, antojadizo,
un ocaso que aplaque sus amores.

 

Sardina tiene un cielo prodigioso,
con un mar cuyas olas enternecen,
que suenan en la noche y favorecen

 

un viaje que resulta delicioso,
navegando en un mar manso y hermoso
en donde hasta los sueños se adormecen.

 

Texto y poema: Quico Espino

Fotografías: Carmen Nieves Cabrera Estévez y Mariola Ojeda León.

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