Lee Miller, el ojo gráfico del holocausto

Josefa Molina

Hace unas semanas llegué por casualidad a una película que me hizo preguntarme, una vez más, qué le sucede a la humanidad que es incapaz de dejar de reproducir los errores del pasado, por muy terribles que hayan sido esos errores. Me estoy refiriendo al largometraje ‘Lee Miller’, un film que retrata la vida de Elizabeth «Lee» Miller, una mujer adelantada a su tiempo que tuvo el coraje y la entrega de desafiar las normas sociales de la época que le tocó vivir y dejar testimonio de la barbarie del holocausto nazi a través de su particular ojo fotográfico.

 

Nacida en 1.907 en Poughkeepsie, a unos 140 km de la ciudad de Nueva York, se inició con su padre, Theodore, ingeniero, inventor y fotógrafo aficionado, en el mundo de la fotografía. Con apenas diez años tenía ya su primera cámara fotográfica. Sin embargo, no llegó hasta mucho después a desarrollar su personal forma de mostrar la realidad tras la cámara. Antes de eso, comenzó una carrera delante de ella como modelo para las revistas Vogue, Harper’s Bazaar y Vanity Fair.

 

Durante los años veinte y treinta del siglo pasado, trabajó con algunos de los fotógrafos de moda más importantes de la época, entre ellos, el estadounidense destacado retratista de las estrellas de los años 80, Edward Steichen, quien le presentó a Man Ray, artista vinculado al movimiento dadaista y fotógrafo comercial, con quien inició una relación sentimental. De mano Ray residió en París entre 1929 y 1932, ciudad donde se introdujo en el mundo de la fotografía y empezó desarrollar su particular manera de mirar a través de las lentes fotográficas.

 

En 1937, conoció al poeta y artista surrealista británico Roland Penrose en París, quien se convertiría en el padre de su único hijo. Durante esos años, Miller mantuvo una estrecha relación de amistad con el grupo de los surrealistas, entre ellos, el poeta Paul Eluard y Pablo Picasso, quien la retrató hasta en seis ocasiones. Miller se trasladó con Penrose a Gran Bretaña justo cuando el país declaraba la guerra a Alemania. Como fotógrafa con antecedentes surrealistas, el bombardeo de Londres de 1940 le brindó una oportunidad de adentrarse en el uso de las imágenes como testimonio de una época. Ejemplo de ello es la instantánea de dos mujeres ataviadas con máscaras antigas de uso militar tras el bombardeo de la sede de la revista Vogue en Londres.

 

Deseosa de dejar constancia gráfica de lo que sucedía en el frente bélico, logró un permiso del ejército de Estados Unidos en 1942 para acompañar a varios destacamentos, lo que la convirtió en una de las pocas mujeres corresponsales de guerra que viajaron con el ejército por Europa en plena contienda. Fue en ese entonces, cuando se convirtió en la única profesional que fue testigo directo del asedio de Saint Malo, donde los estadounidenses probaron por primera vez el napalm.

 

La editora de Vogue en Londres, Audrey Withers, con quien mantuvo una estrecha relación de amistad, quería que la revista no solo abordara temas de moda y belleza, sino que también mostrara a su público lector temas de actualidad. Fue en Vogue donde se publicaron muchas fotografías de Miller en forma de ensayos fotográficos, tanto en sus ediciones británica como estadounidense. Su objetivo era mostrar la verdad de la guerra a través de sus fotos. Y realmente lo logró. Resultan estremecedoras las instantáneas que captó con su cámara en abril de 1945 durante la liberación de los campos de concentración de Buchenwald y Dachau. A través de ella dejó testimonio gráfico de la terrible crueldad que supuso el genocidio que originó el Hitler y sus secuaces: cientos de cuerpos humanos apilados y abandonados tanto en los trenes que los llevaban hacia los campos de exterminio como dentro de los recintos del horror. Terrible.

 

Icónica es la foto que le tomó el fotógrafo de la revista Life, David E. Scherman, en el apartamento donde residía Hitler en Múnich. El retrato muestra a Miller lavándose en la bañera de Hitler. Busquen la foto por internet. No tiene desperdicio.

 

A su regreso a Londres, la edición de Vogue en Inglaterra consideró que las fotografías de los campos de exterminio eran demasiado crudas para el público británico que había vivido en sus propias carnes el asedio y la muerte de la guerra, con lo cual nunca publicó estas imágenes, cosa que sí hizo la edición de la revista en Estados Unidos. Aquel hecho destrozó moralmente a Lee Miller quien se sumió en una depresión que hoy denominaríamos ‘estrés postraumático’.

 

En 1947, Miller quedó embarazada de su único hijo, Antony Penrose, mudándose la familia a Farley Farm, en la zona rural de East Sussex, donde se dedicó a la vida familiar. Eso no evitó que las imágenes terribles de la degradación del ser humano que pudo contemplar en su trabajo como fotógrada de guerra le hiciera mella en el espíritu, hasta tal punto que se sumió en un profundo alcoholismo que le acompañó el resto de su vida.

 

La fotógrafa falleció en 1977, dejando un extraordinario legado que ha sido objeto de numerosas exposiciones, un legado que su único hijo descubrió una vez fallecida su madre. Producto de este descubrimiento fue el libro “The Lives of Lee Miller”, escrito por Antony Penrose, en el que se basa la película interpretada por la oscarizada Kate Winslet en el papel de Miller.

 

Lee Miller fue una mujer que, cansada de ser ella el objeto de las miradas, decidió abandonar su vida de glamour para adentrarse en el desolador paisaje de la muerte y la sinrazón que provocó la Segunda Guerra Mundial (cómo provoca cualquier conflicto bélico). Su inmenso talento nos regaló algunas de las imágenes más recordadas del siglo XX que cambiaron para siempre la fotografía de guerra al mostrar la crudeza del horror en estado puro a través de sus víctimas, algo inédito hasta entonces. La valentía y el tesón de esta mujer la convirtieron en referente del reporterismo gráfico de guerra a nivel mundial.

 

Sin embargo, conviene no olvidar que, a pesar de todas las imágenes de la maldad en estado puro que Miller mostró al mundo por primera vez, poco hemos aprendido ya que, hoy, en pleno siglo XXI, somos testigos a diario, a través de la redes sociales y los medios de comunicación, de cómo el poder de algunos sigue creando dolor, miseria y muerte que sufren otros muchos.

 

Nuestros ojos miran, conocen, descubren con estupor, lo que sucede al otro lado del mundo a través de las cámaras de los fotoperiodistas y a través de las crónicas de los medios de comunicación a pesar del continuado asesinato de periodistas y reporteros gráficos, especialmente trabajadores de los medios de comunicación extranjeros que cubren el genocido del Gobierno de Natanyaju en Gaza. Un dato: más de 240 profesionales han sido asesinados en el ejercicio de su trabajo en 2025, que son muchos más de los que fallecidos en las Guerras Mundiales de Vietnam, Corea, Afganistán y los Balcanes juntas (dato de France 24).

 

Matar al mensajero, porque disgusta el mensaje que ofrece al mundo. Matar al mensajero para controlar la narrativa de hoy y sobre todo, la de mañana. Solo espero que no se olvide, y especialmente que no olviden las instituciones internacionales responsables de ello, que Netanyaju y su gobierno sigue cometiendo genocidio ahora, hoy, contra el pueblo de Palestina.

 

Josefa Molina

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