![[Img #32956]](https://infonortedigital.com/upload/images/10_2025/4918_juan-ramon-hernandez-valeron.jpeg)
A veces la vida nos golpea de forma tan inusitada que no nos da tiempo a preparar nuestras defensas con la celeridad que necesitamos.
 
 
La historia que voy a tratar de contar no transcurre en un país lejano, sino que ocurrió en nuestra tierra hace muy poco tiempo. Es la historia del nieto de uno de mis mejores amigos: un niño de tan solo nueve años que tuvo que enfrentarse a un monstruo grande que pisaba fuerte toda su pobre inocencia. Hasta ese momento había gozado de una excelente salud. Hacía lo que cualquier niño de su edad: acudía a su centro escolar, jugaba, practicaba deporte, veía algo de tele… 
 
Es cierto que de cuando en cuando soñaba con monstruos, pero estos aparecían algunas noches y desaparecían con la misma rapidez con la que llegaban, sin dejar traumas dignos de mención. Pero un día de marzo, sin saber bien cómo, apareció uno grande que comenzó a dejar pequeñas señales en su cuerpo; poco después sus acometidas fueron más fuertes produciendo en él síntomas de debilitamiento y constantes subidas de temperatura que hicieron saltar todas las alarmas. 
 
La angustia y el temor se instalaron en la mente de sus padres y familiares. Y enseguida comenzó un constante viacrucis: citas médicas, urgencias, ligeras mejorías, recaídas, analíticas…, un continuo sin vivir que les hacía estar pendientes a todas horas de su salud. 
 
El chico se defendía con uñas y dientes, pero se enfrentaba a un poderoso enemigo que lo atacaba sin darle tregua. Era una lucha desigual, por lo que terminó derribando casi todas sus defensas. Pero a pesar de que se encontraba cada día más débil y ojeroso,  no renunció nunca a la lucha. Su fortaleza y espíritu combativo llamaban poderosamente la atención de sus familiares. Mientras estos lloraban impotentes al conocer el diagnóstico, él los consolaba tratando de restar importancia al monstruo que cada día lo torturaba. Sin embargo, a pesar de todo su esfuerzo, estaba perdiendo la batalla.
 
Toda la gente que lo quería, que era mucha, se lamentaba porque nada podía hacer para ayudarlo. Las continuas escenas de dolor partían el corazón a los que cada día acudían a visitarlo.
 
Así, entre continuas recaídas, fueron pasando las semanas hasta que en un momento determinado los médicos acordaron que había que dar un paso más. Un paso que no sería sencillo y que iba a depender mucho de la suerte. Tendrían que hacer un trasplante de médula, y para ello había que encontrar a una persona valerosa y solidaria que le aportara la sangre revitalizadora que fuera compatible con la del niño, pues la de sus padres resultó no ser la más idónea, y su única hermana era tan solo un bebé. 
 
La noticia de su enfermedad se propagó como la pólvora entre los habitantes del pueblo. Y entonces, como de la nada, surgió un movimiento de solidaridad tan espectacular que en pocos días se extendió por todas las islas, atravesó el mar, llegó a la Península y continuó su veloz carrera por los países de Europa. Y no es exagerado afirmar que traspasó también el continente europeo. El boca a boca primero y los medios de comunicación después continuaron propagando la noticia. Nuestra alegría era enorme, porque nunca antes habíamos percibido en nuestro entorno un movimiento tan solidario.
 
A veces pensamos que las personas son ciudadanos indiferentes que va cada uno a lo suyo, y sin que eso deje de ser así en muchos casos, también es cierto que una gran parte de la sociedad reacciona de manera solidaria. Y más si quien lo necesita es un niño. 
 
Y como si se tratase de un milagro, de un hecho fantástico, en tan solo un par de meses apareció el valiente (o la valiente) y solidario anónimo, cuya sangre era compatible al 100% con la del niño, que le aportaría toda la fuerza y vitalidad que el pequeño estaba necesitando. Una fuerte y generosa guerrera (o guerrero), misteriosamente metida en las entrañas del chiquillo le ayudaría a luchar a brazo partido contra el terrible monstruo que no cejaba en su empeño de derribarlo definitivamente. 
 
En Barcelona tendría que someterse a un trasplante. Un día el niño y sus padres partieron para allá. Después de una dura, agotadora y singular batalla que se prolongó durante unos meses, la victoria se decantó, felizmente, a favor del niño. Restablecer las heridas producidas duró algunas semanas, al cabo de las cuales nuestro pequeño e involuntario protagonista, totalmente restablecido, volvió al domicilio provisional en el que sus padres  residían en Barcelona, ya que cada cierto tiempo tenían que llevarlo a periódicas revisiones, y porque sabemos que hay heridas que tardan mucho en cicatrizar, pero la batalla contra aquel monstruo se ganó gracias a su enorme valor. 
 
¡Cuán importante es la actitud que mostramos ante la adversidad! Ojalá los adultos tengamos la mitad del valor que ha tenido este niño para enfrentarnos a los monstruos que nos visitan cada día.
 
Ahora, los que estamos en Canarias, concretamente en un pueblo de Gran Canaria, esperamos que, en un breve período de tiempo, podamos recibir a nuestro héroe con los honores que merece para que siga estudiando, jugando y haciendo deporte. Y también para que continúe soñando sin traumas que lo asalten.
 
Juan Ramón Hernández Valerón
 
   
	    
    
    
	
                                                                                                
    
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