Vanidades. Juan FERRERA GILResulta alentador que nos susurren al oído cosas agradables, opiniones favorables y, por ejemplo, halagos a la inventiva y creatividad que llevamos dentro. Siempre resulta grato cuando las palabras del otro salen del alma y son pronunciadas. Porque de eso se trata: se entiende perfectamente cuando alguien dice las cosas desde el camino de la sinceridad más extrema. Eso se nota. Y mucho.
Debe ser el poder de la Literatura, que reúne las ideas más diversas y dispares del mundo mundial. Sí, debe ser eso. Que una empedernida lectora, que conoce historias que llenan la vida, mantenga puntos a favor de lo que escribimos es algo así como alcanzar el cielo. No sabemos si es vanidad o no lo que percibimos: tratamos de mantenerla a buen recaudo, más que nada para que no distorsione la realidad. Lo mismo tratamos de hacer con las opiniones que nos manifiestan cosas alegres, que ni estaban ni se las esperaban en el inmediato comentario. Hay de todo, como en Quillet: desde una aguja hasta un elefante. Y así es. Necesariamente lo que a uno atrae y atrapa, a otra persona le trae sin cuidado y lo percibe sin valor alguno. Y luego están los que nunca dicen nada; bien porque no les ha gustado el libro escrito, bien porque no se lo han leído. Todos ellos no hacen otra cosa que ejercer libremente sus derechos.
Y así transcurre la existencia que se desliza entre las líneas de las páginas. Por eso decíamos antes lo de la vanidad: que no es más que pertrecharse de una coraza con la que afrontar las cargas existenciales, capaces no solo de dar la vuelta a la tortilla, sino que nos creamos aquello de considerar que somos seres únicos e invencibles. Para nada es así. Nunca.
No solo le dedicamos el libro en cuestión a ese desconocido lector, sino que comprendimos que las palabras tienen un valor que se expande mucho más allá de las realidades cotidianas. No solamente dicen, sino que, además, predisponen a las distintas emociones y sensaciones. Y eso es una característica principal de los términos que casi siempre vienen cargados y repletos de sinceras verdades.
Y alcanzado este punto no sabemos si nos llegamos a explicar debida y correctamente. Por eso precipitamos su final.
Juan FERRERA GIL






























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