Detenido por vestir una camiseta
Ha culminado el mes de agosto. Los más afortunados habrán podido disfrutar de unos días de descanso en la playa o en el campo. Otros, sin embargo, habrán tenido que decidir entre comer o disfrutar de esos días de vacaciones. Con septiembre, llegan los gastos del cole, el inicio del curso, la vuelta a la normalidad pero les cuento que, para desgracia de la humanidad, el mundo no solo no ha modificado su deriva hacia el absurdo de la confrontación política y social sino que no ha parado de crear situaciones que son resultado de un mundo cada vez más enfrentado.
En Canarias seguimos enfrentados a un turismo que nos devora y a la polémica sobre qué hacer con las personas menores migrantes no acompañados que llegan a nuestras costas, personas que seguirán llegando porque todos soñamos con una oportunidad de vida mejor. En España, los dos principales partidos políticos se tiran piedras y se insultan mientras los bosques se queman y los recursos naturales se van mermando.
En Europa, los partidos políticos de ultraderecha se encumbran mientras logran el voto de las personas de clase media, en un camino continuado que nos arrastra a una Europa prebélica que asusta y preocupa. En el mundo, la situación de Ucrania y de la franja de Gaza cada día resulta más deshumanizada sin que se ponga fin de forma decidida a esta barbarie que nos debería aterrorizar a todas las personas con un mínimo de ética y humanidad.
Precisamente, el pasado domingo una nueva flotilla humanitaria con 30 barcos zarpaba hacia Gaza desde el puerto de Barcelona en una acción solidaria con el pueblo palestino en la que participan entidades de 44 países, todo ello bajo la amenaza de la respuesta violenta por parte de Israel que ha impedido la llegada de otros barcos con similar objetivo. Mientras, Israel sigue bombardeando la ciudad de Gaza, causando hasta el momento, según fuentes oficiales, más de 60.000 muertos. Como pueden comprobar, estamos inmersos en un momento de la humanidad en el que se ha perdido la cordura, en una derive peligrosa hacia políticas internacionales marcadas por la irracionalidad y la deshumanización.
Un ejemplo, otro más, de la terrible irracionalidad que nos inunda es la detención hace unos días, del cineasta Paul Laverty, en Edimburgo. El cineasta fue acusado de terrorismo por llevar una camiseta de apoyo a Acción Palestina, un grupo que desde el pasado mes de julio ha sido calificado en Reino Unido como organización terrorista.
A principios de agosto, más de 15 000 personas se concentraron frente al Parlamento británico para expresar su apoyo a Acción Palestina, resultando arrestados más de 700 personas. Portaban carteles en los que se podía leer ‘Me opongo al genocidio. Apoyo a Acción Palestina”.
No son pocas las personas que de forma colectiva e individual han expuesto su apoyo al grupo propalestino, como en el caso de la escritora británica, autora de best-sellers, Sally Rooney quien ha manifestado que destinará los ingresos por los derechos de sus obras a financiar al grupo, lo que supone un desafío para el primer ministro del Reino Unido, el laborista Kier Starmer, ya que en teoría debería arrestarla si muestra su apoyo a Acción Palestina en cualquiera de los numerosos festivales literarios o eventos culturales en los que participa.
Pero este desafío no es nuevo. De hecho en mayo de este año, más de 300 artistas se unieron para firmar una carta abierta instando a Starmer a poner fin a la venta de armas a Israel. Entre las personas firmantes se encontraban algunas figuras públicas de renombre como el actor Benedict Cumberbatch, la cantante Annie Lennox, el exfutbolista y comentarista deportivo Gary Lineker o la cantante Dua Lipa.
También en España, en enero de este año, un grupo de más de 300 intelectuales y personas vinculadas a la cultura firmaron una carta solicitando al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, el embargo integral de armas a Israel. Entre los firmantes estaban el director de cine Pedro Almodóvar, la cineasta Isabel Coixet, la cantante Rozalén, la actriz Alba Flores o el actor y director Juan Diego Botto.
“Diferentes personas del mundo de la cultura nos unimos para transmitirle que estamos profundamente preocupados por la grave situación de opresión y violencia que sufre el pueblo palestino bajo el genocidio y régimen de apartheid y ocupación israelí. Como personas comprometidas con los valores de la justicia, la paz y los derechos humanos, sentimos la responsabilidad de alzar nuestras voces contra las injusticias que perpetúan el sufrimiento de la población palestina”, rezaba la citada carta.
Estoy segura que este tipo de acciones se han reproducido en diferentes países de Europa. Cierto que no dejan de ser meros actos simbólicos que, aunque carecen de poder vinculante, contienen en sí mismas un potente mensaje: la voz de las personas que, desde su compromiso ético hacia los derechos humanos, exigen el fin del genocidio y la masacre de una población civil, cuya muerte y asesinato se nos retransmite cada día a través de los telediarios y las redes sociales.
Tal y como se recalca en el ensayo Cómo empieza una guerra civil: y cómo evitar que ocurra de la politóloga estadounidense Bárbara Walter, en el que analiza factores clave que miden la salud política de un país como el retroceso democrático, el faccionalismo o la anocracia, uno de los elementos que miden la salud democrática de un país es el derecho de su ciudadanía a manifestarse de forma pacífica. A la vista de las noticias de detenciones de personas por manifestarse a favor del pueblo palestino, creo que Reino Unido no es precisamente un país donde se ejerce un ejercicio sano de la democracia. Habría que hacérselo mirar porque esa corriente de ultraderecha ya es patente en países como Estados Unidos donde un psicópata saca a las fuerzas de la Guardia Nacional y la policía federal contra la ciudadanía en Washington o en Alemania, donde la policía detiene a niñas por llevar una camiseta con un lema de apoyo a Palestina con una sandía serigrafiada.
Me pregunto, ¿alberga algún poder efectivo este tipo de actos? ¿Tiene poder suficiente vestirte una camisa y exponer de esta forma tu compromiso y tu indignación? Mi respuesta es que sí: el poder de alzar conciencias. Especialmente cuando quien la viste es una persona que, por su actividad profesional, cuenta con cierta relevancia social y cultural.
De ahí que se persiga a estas personas, porque hacen de altavoz contra los intereses de unos pocos, porque utilizan el micrófono que les otorga en contar con una posición social o cultural de cierta relevancia para exponer su denuncia y dar respuesta al imperativo del derecho internacional que no es otro que el respeto a los derechos humanos y el no ataque a emplazamientos civiles en una contienda bélica, cosa que, evidentemente, el Gobierno de Netanyaju se salta de forma continuada sin el más mínimo reparo.
¿Qué podemos hacer las personas que no contamos con esta posición relevante? Pues lo que estamos haciendo: manifestar, por ejemplo, en nuestros perfiles en redes nuestra denuncia al genocidio de Netanyaju sobre el pueblo palestino, recordar que desde el 21 de noviembre de 2024, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió órdenes de arresto contra Benjamín Netanyahu, y su ex-ministro de Defensa, Yoav Galant, a quienes acusa de crímenes contra la humanidad, de asesinato, persecución y otros actos inhumanos en el genocidio en Gaza.
También la ciudadanía tiene cierta capacidad para denunciar este tipo de atropellos inhumanos contra una población civil ya masacrada y arrojada a la muerte por inanición. Podemos vestirnos con camisetas de apoyo, utilizar nuestras redes sociales para denunciar el genocidio, dejar de consumir productos israelitas como las famosas papas de Israel que llegan a nuestros supermercados o no comprar marcas de ropa de manufactura israelita.
Son acciones muchas veces simbólicas; acciones que, aunque sean tachadas por los grupos contrarios como mero postureo de ideología wake o izquierdista, dejan patente cuál es nuestra posición frente a un genocidio que se nos muestra en directo cada día, a cada instante. Prefiero que me tachen de ‘wake’ a ser considerada como una persona que apoya la matanza sistemática y planificada de personas civiles. Escribo aquí, en mayúsculas, en negro sobre blanco: NO EN MI NOMBRE.
Vivimos en un momento de la historia de la humanidad polarizado y en constante enfrentamiento auspiciado muchas veces por las redes y medios de comunicación, un momento en el que a la crispación se une en el constante enriquecimiento de unos pocos, cada vez más ricos, unos pocos a los que nunca verás con una camiseta de denuncia contra el genocidio primero, porque les resulta totalmente indiferente mientras no afecte a su dinero, y segundo, porque desde sus lofts en Nueva York, Berlín o París, se están frotando las manos vendiendo armas, aportando sus avances en inteligencia artificial a los conflictos armados o esperando que acabe la ‘operación limpieza’ en Gaza para hacerse de oro construyendo grandes complejos de veraneo para multimillonarios.
Todas y todos somos en cierta medida cómplices de este genocidio pero podemos decir BASTA YA porque, bien es sabido que quien calla, otorga.
Así que si me preguntan si voy a vestir una camiseta contra el genocidio, mi respuesta es que sí. Es vital exigir un mundo en paz en el que se respeten los derechos humanos, un mundo donde se abogue por la vida y la dignidad de las personas. Vivimos en un momento de la historia de la humanidad en la que hay que tomar parte y posicionarse. Nos toca elegir en qué parte de la historia de la humanidad queremos estar.
Josefa Molina
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.150