El jazmín
¿Las palabras huelen? La pregunta parece absurda en primera instancia porque las palabras son construcciones abstractas, símbolos que representan ideas, sonidos que se desvanecen en el aire apenas pronunciados.
Sin embargo, hay una magia profunda en el lenguaje. Una magia que trasciende lo meramente conceptual y se adentra en el territorio de los sentidos. Donde la frontera entre lo real y lo evocado se difumina hasta volverse imperceptible.
Cuando lees "pan recién horneado" o "café tostado", tu cerebro puede activar recuerdos olfativos tan vívidamente que casi puedes "oler" esas palabras. Todos poseemos esta capacidad. La literatura y la poesía no serían posibles sin esta magia: la habilidad de crear experiencias sensoriales a través de esos símbolos abstractos llamados palabras.
Hay algo profundamente poético en la historia de aquel amigo que percibió el aroma de jazmines donde ya no los había. "Pero los hubo", respondió cuando se le dijo que no había ningún jazmín presente. Esta frase encierra una verdad hermosa: los lugares guardan memoria aromática. La tierra, el aire, los muros de una casa, todos parecen conservar las huellas invisibles de lo que una vez fue. Como si la realidad fuera estratificada y en cada capa permanecieran los ecos sensoriales del pasado.
Hoy, mientras limpiaba el traspatio, he olido el aroma del jazmín que tengo plantado. Los sentidos están más despiertos cuando el cuerpo se mueve de forma pausada y repetitiva. Mi joven jazmín me está dando ya una muestra de lo que será cuando madure.
Es reconfortante saber que cada día que lo cuido, con cada riego, con cada abono, está contribuyendo a que eventualmente ese rincón del traspatio se llene de una fragancia que ha cautivado a la humanidad durante milenios. Y qué poético que mientras barría —una actividad tan cotidiana y meditativa— fuera recompensado con ese primer susurro de aroma. Es como si la planta me estuviera dando las gracias por cuidarla.
Con el tiempo, ese suave olor se volverá más intenso. El de casa es un ejemplar mediterráneo, el Jasminum grandiflorum. El jazmín de los perfumistas. Esta variedad tiene una historia aromática fascinante: es la especie que se cultiva en Grasse, Francia, para la alta perfumería. También perfuma las noches de España, Italia y todo el Mediterráneo. Los antiguos persas lo llamaban "yasmin", que significa "regalo de Dios".
En términos aromáticos, es lo que llamamos una "flor nocturna". Su fragancia se intensifica considerablemente durante la tarde y la noche. Esto tiene una razón evolutiva fascinante: el jazmín libera más aceites esenciales cuando baja la temperatura y aumenta la humedad del aire. Condiciones que se dan naturalmente al anochecer. Además, muchas de las polillas que lo polinizan son nocturnas. Así que la planta "enciende" su perfume precisamente cuando necesita atraerlas.
Los jardineros aseguran que el momento perfecto para disfrutar el jazmín es justo después de cenar. Cuando el aire se enfría pero aún conserva algo del calor del día. Cuando la fragancia flota más suavemente en el ambiente.
Las palabras también huelen. Y no porque contengan moléculas aromáticas, sino porque activan en nosotros toda una red de memorias, sensaciones y emociones que trasciende lo puramente conceptual. Y el jazmín, con su fragancia de terciopelo, nos recuerda algo fundamental: los placeres más profundos de la existencia humana siguen siendo sensoriales, temporales e irreproducibles.
Javier Estévez
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