Reflexiones del profesor Hernández Guarch: “Distancia entre Sociedad y Ciencia”

Nicolás Guerra Aguiar

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Como elemental planteamiento para la primera aproximación a la Ciencia, estimado lector, consiéntame que la defina como combinación de saberes alcanzados gracias a serenas observaciones, desapasionados estudios, racionalidad y muy sensatas conclusiones siempre expuestas a experimentaciones y rectificaciones.

 

Así pues, con observancia y prudencia debidas a mis grandes limitaciones, me atrajo el primer contacto con un ordenado y riguroso discurso de Fernando Hernández Guarch leído en abril de 2023, toma de posesión como miembro de la Real Academia de Ciencias de Canarias, cuya actividad se centra fundamentalmente en la “investigación científica y el apoyo a la cultura científica en las islas”. Islas, por cierto, ya sometidas desde mediados del siglo XVI a la acción destructiva del Santo Oficio, tan inquisitorial con la Ciencia. Se trataba de una institución a cuya represiva actividad apunta Alejo Carpentier, escritor norteamericano-cubano-francés del siglo XX, en Guerra del tiempo… (1970): “La Gran Canaria […] es ministerio de un tremebundo inquisidor”.

 

Inquisición religiosa y política sobre científicos canarios a quienes persiguieron y maltrataron desde posicionamientos de soberbia, arrogancia, ignorancia y fanatismo. Así, por ejemplo, el antropólogo-historiador-médico-escritor grancanario Gregorio Chil y Naranjo, amenazado de excomunión por el Obispado de Canarias (siglo XIX). O el profesor Pérez Casanova -catedrático del “Pérez Galdós” hasta 1938- expulsado de la cátedra y del aula por un tribunal franquista. Este lo acusó de explicar en clase (Ciencias Naturales) la teoría evolucionista de Darwin... a pesar de su posicionamiento científico: no podía afirmarla o negarla tras las últimas aportaciones leídas de varios estudiosos. (Por cierto: destacó en su persecución un alto miembro de la Iglesia católica insular.) Añado como víctima por sus ideas políticas (al igual que Pérez Casanova) al lanzaroteño Blas Cabrera Felipe, físico amigo de Einstein, exiliado en México y a quien le cerraron el acceso al Premio Nobel.

 

Nuestra geografía, además, dio vida a otros sabios internacionalmente reconocidos como los tinerfeños Agustín de Betancourt y Molina (arquitecto), Antonio González González (químico), José de Viera y Clavijo (sacerdote-historiador-biólogo-escritor) y un respetable listado en este siglo actual. Hay, pues, suficiente tradición científica en las Islas como para justificar la actividad de la Academia de Ciencias de Canarias desde 1987, organizada en distintas secciones: Química, Física, Biología, Matemáticas y Ciencias de la Tierra y del Espacio.

 

Ahora bien: ¿es la sociedad canaria consciente y sabedora no ya de su actividad sino, incluso, de algo mucho más elemental, su existencia física? Entono el mea culpa: desde su fundación hasta hace pocos años fue para mí una entidad desconocida. Ni tan siquiera supe de ella (1994) cuando como vicedirector del Instituto Pérez Galdós organicé (gracias al Cabildo de GC y al interés personal de su vicepresidente don Jesús Gómez Rodríguez, casi paisano cebollero) la presencia física de nueve Premios Nobel de Medicina y la plantación de otras tantas Phoenix canariensis en el hoy llamado Palmeral de los Premios Nobel, rincón que prestigia a nuestra primera institución provincial de enseñanzas medias, ya centenaria.

 

Caben, pues, otras preguntas: ¿a qué se debió ese desconocimiento? ¿Quizás a la gran complejidad de la Ciencia -lo que la vuelve elitista-, contundente afirmación del nuevo académico y profesor Hernández Guarch, mantenida y rigurosamente defendida en una parte de su discurso? Si ya desde el siglo XIX lo era, afirma, se convirtió en algo absolutamente “inabordable para la mayoría de los ciudadanos en el XX”. Y los estudios lo demuestran. Así, una encuesta realizada por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología dio a conocer impactantes resultados: solo uno de cada siete entrevistados mostró cierto interés por la Ciencia.

 

Pero también cabe la posibilidad de que su complicación o extrema dificultad se deba -y acierta el academizando ponente- a una verdad rigurosamente imprescindible en el quehacer científico: muchas afirmaciones dadas casi como verdades absolutas (incluso durante décadas) ya no solo están en discusión sino que las nuevas investigaciones ponen en duda su veracidad... y, finalmente, la niegan.

 

Valgan dos elementales ejemplos. Uno: la Tierra no es el centro del Universo en torno a la cual giran todos los planetas (geocentrismo de Aristóteles y Tolomeo). Muy al contrario: es el Sol (heliocentrismo de Copérnico). Pues bien: la segunda afirmación casi le cuesta la condena a muerte a Galileo Galilei, quien tuvo que adjurar de ella forzado por la Inquisición. El otro: los cuerpos más pesados caen a más velocidad que los ligeros (Aristóteles). Sin embargo, no es así para la física moderna. La Ciencia, pues, no es definitiva... afortunadamente, por su propia condición científica.

 

¿Pudo, acaso, influir en la sociedad actual el miedo->pánico->terror a la Ciencia inmediatamente después de las bombas atómicas sobre Hirosima y Nagasaki (1945), las de napalm y agente naranja lanzadas por EE UU en Vietnam... hasta las armas actuales de destrucción masiva capaces, incluso, de producir el llamado “invierno nuclear” y la desaparición del planeta?

 

Sin embargo, los extraordinarios avances en medicina (todas sus variantes), ingeniería, arquitectura… se aplican para beneficio de la población como, por ejemplo, las vacunas contra el coronavirus, poliomielitis… Nadie del mundo civilizado las rechaza, claro, pero corrió el rumor a nivel universal de que el síndrome respiratorio se había producido por un gravísimo fallo en algún laboratorio. El posicionamiento del profesor Hernández Guarch, como científico, es claro: “También tiene una cara oscura de peligro y destrucción”.

 

Pero es tal su importancia -a pesar de todos los justificadísimos reparos o miedos-, continúa, que “la construcción de una sociedad igualitaria y democrática” es directamente proporcional a la buena Ciencia. De ahí la gran responsabilidad, añade, de su difusión y explicación por parte de quienes la hacen… a pesar de que muchas veces pueden estar condenados al fracaso en tal intento pedagógico. Necesita, incluye, “un lenguaje llano” con el cual los ciudadanos lleguen a entender qué se hace y cómo se hace, “cómo se construye, para qué se usa, qué ventajas y qué peligros comporta”.

 

Porque la Ciencia, guste o no, añado, seguirá su avance para lo bueno y para lo malo... hasta el día en que algún disparatado Trump o irracional Putin preparen barcos, aviones y cohetes desde submarinos y ardan sus dedos de tanto apretar botones para destruir, aniquilar y finalizar con la presencia del ser humano en la Tierra. Todo ello, eso sí, en nombre de la Ciencia armamentística. Pero ya no quedaría quien reconociera tal barbarie o se disculpara en nombre de ciertos científicos. (¡Qué pánico tanto poder en tan temblorosas mentes!)

 

Relaja, pues, la civilizada visión que sobre la Ciencia tiene el profesor Hernández Guarch. De ahí mi interés en darla a conocer.

 

Nicolás Guerra Aguiar

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