![[Img #6601]](https://infonortedigital.com/upload/images/04_2023/4962_7_5648_miguel_rodriguez_romero2022.jpg)
Demasiado calor para seguir caminando, me dijo mi acompañante.
En el paseo, nos llamó la atención, una terraza con música en vivo y un ambiente muy agradable.
Rápidamente apareció un muchacho joven, de ojos alegres y grandes, con cara redonda como la luna que empezaba a salir en el horizonte, casi imberbe. No era alto, pero si elegante al andar, con pantalón beige, chaleco del mismo color y camisa blanca de cuello Mao. En su pecho, una placa reflectante que ponía claramente Aday.
Nos atendió de maravilla, lo que hizo que él diera comienzo a una conversación que nos dejó impactados, pues hacia apenas dos años que dejó de ser , "un chico de la calle". Tuvo la oportunidad de entrar en uno de esos proyectos de cualificación. Estudió hostelería, y " mi vida cambió", nos dijo.
Admiración es lo que sentíamos tanto yo como mi amigo. Pero claro, lo que parecía un ratito perfecto, se truncó: aparecieron cuatro chicos, y por la forma de arrastrar las sillas y la mesa, supuse que se acabó el momento de paz. Y no me equivoqué, empezaron a hablar a gritos con una evidente falta de respeto al resto de personas. Pero lo peor vino después, cuando empezaron a burlarse del muchacho, con el clásico pis, pis, eh, coleguita, jajajaja; resonaban las risas de los lamebabas que acompañan al gallo, que, por cierto iba de pantalón corto rosa con polo del lagarto, y zapatitos de charol, todo un personaje.
La cara de Aday cambió por completo, sus manos a la espalda dejaban ver el estado de nervios que pasaba.
Y ocurrió, vaya que sí, en un movimiento raro de uno de ellos, la mesa se movió, y las copas fueron a parar justo en la falda del impresentable.
Una risa disimulada recorrió todo el local, el tipo no sabía donde meterse.
Aday se quedó quieto, observando lo ocurrido con paño en mano, pero sin hacer nada.
De pronto, la típica frase, “¿Usted no sabe quién soy yo?".
Y aquello produjo la mayor carcajada conjunta que he visto en mi vida, ni siquiera el cantante pudo aguantarse.
Se levantaron y se disponían a marchar sin pagar la cuenta, pero el encargado del local los paró y les dijo, "me gustaría no tener que cobrarles para no tener que tocar su dinero asqueroso, pero es mi deber hacerlo, con lo cual intentaré compensar al muchacho del mal trago”. Pagaron, por supuesto. Sin decir una palabra se marcharon, cabizbajos y con pinta de haberse meado en los calzones.
Lo que conlleva este escrito es que el respeto y la empatía deberían ser una máxima en la vida de la gente.
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