![[Img #32224]](https://infonortedigital.com/upload/images/09_2025/4905_juan-ramon-hernandez-valeron.jpeg)
Escribo estas notas un quince de septiembre del año en curso. Comencé la lectura de “El verano de Cervantes” en la segunda quincena de julio, si mal no recuerdo, con la intención de que me durara todo el verano. Leía dos o tres capítulos diarios, (además de otros libros) tomaba notas y reflexionaba sobre ellas. A veces, volvía a releer algunos de los capítulos y hacía todo lo posible para no terminarlo antes de septiembre.
Tengo que reconocer que soy un mediocre lector de ensayos. A lo largo de mi vida lectora los he situado en un segundo plano, no porque no me parezcan interesantes y necesarios sino porque mi afición por la literatura de ficción se impone a otras lecturas. Pero también debo reconocer que ha habido tres libros de ensayos con los que he disfrutado muchísimo. Llegaron a mí en tres momentos distintos y algo distantes en el tiempo.
El primero fue “Sapiens” que supuso la aparición y posterior reconocimiento de un joven israelí muy aclamado por el público y por la crítica. El segundo se titula “El infinito en un junco”, de Irene Vallejo, que leí con verdadero entusiasmo como si se tratara de uno de los libros de ficción más entretenidos. Sumergido en sus páginas lo disfruté hasta el final. Tanto me cautivó que volví sobre él un par de años después. Me encantó la manera de abordarlo por parte de la autora, y al que no dejé de recomendar entre mis amigos y amigas lectores. El tercero de ellos es el que acabo de terminar: “El verano de Cervantes”.
Como ya mencioné, estuve alargando a propósito su lectura todo el verano. Me sumergí en sus páginas y anduve errante junto a D. Quijote y Sancho, oyendo la voz clara y serena de Antonio Muñoz Molina que me invitaba a detenerme en aspectos concretos de un personaje o me trasladaba a su infancia y me hablaba de su primera juventud pasada en el instituto y luego en la universidad, donde no cejaba en su empeño de leer el Quijote cada verano.
Pretendía yo, de este modo, alejarme de ese ruido social y también ignorar el GENOCIDIO que se está cometiendo en Gaza por parte de Israel. Ha sido en vano, porque es imposible para una persona decente pasar por alto un genocidio. Mi conciencia no me lo ha permitido.
Volviendo al libro. Si tuviera que elegir uno de los tres, sin duda me quedaría con el tercero, por mi amor a la literatura y por mi admiración desde hace años por Antonio Muñoz Molina como modelo de escritor serio, erudito y honesto, y porque cada frase y cada párrafo escrito por él me incitan a seguir leyendo con el mismo entusiasmo de mis años juveniles.
Lo primero que hay que decir de “El verano de Cervantes” es que no parece un ensayo, y si lo es se sale del tópico. No es complejo, ni tedioso. Sus capítulos son breves, como las suaves pinceladas de algunas pinturas, que invitan una y otra vez a volver a leer El Quijote y, sobre todo, a seguir la pista de los libros escritos por todos aquellos escritores que de una u otra forma han sido influidos por el estilo cervantino. Sin olvidar, por supuesto, que Muñoz Molina también es uno de ellos.
En “el verano de Cervantes” no se habla solo del “ingenioso hidalgo de la Mancha”, de sus andanzas y de su loca cordura, sino también de la triste vida de su autor y de todos los veranos de Muñoz Molina, además de la influencia que Cervantes sembró en una serie de escritores de distintas nacionalidades a lo largo de la historia de la literatura.
A medida que te adentras en su lectura, la historia del Quijote y de algunos de sus personajes, así como la lamentable vida del escritor, tan condicionada por las circunstancias históricas y por sus escasos recursos económicos, te van atrapando de tal manera que hacen que te entren ganas de volver a leer el libro del hidalgo caballero de nuevo.
Confieso que he leído el Quijote solo dos veces en mi vida. La primera fue hace cuarenta y cinco o cincuenta años. La segunda hará unos diez, pero fue la que más me agradó porque la leía en voz alta, como si me la estuviera contando a mí mismo, acordándome, tal vez, de aquellos tiempos pretéritos en que un lector leía en alta voz la historia a un grupo de personas reunidas en torno a él para escuchar las andanzas de don Quijote y Sancho por los campos de la Mancha.
Este verano, yo también he empezado de nuevo a leerlo en voz alta, deteniéndome más en algunos aspectos que comenta Antonio Muñoz Molina y descubriendo otros en los que no me había fijado antes. Esto es lo bueno que tiene las relecturas. Lo que no deja de ser apasionante.
Pero hay otro aspecto que comenta Muñoz Molina, y es el de la huella, el de la influencia que ha ejercido Cervantes en multitud de escritores de todas las nacionalidades y credos. Y es entonces cuando caes en la cuenta de que leer a Muñoz Molina es leer a Cervantes y a Balzac; es detenerte en “Madame Bovary” de Flaubert; pasear “Por el camino de Swann” con Marcel Proust, “a la sombra de las muchachas en flor”; acompañar a Julián Sorel, el protagonista de “Rojo y negro”, de Stendhal; es viajar con el capitán Ahab en su loca y frenética carrera persiguiendo a “Moby Dick”, la ballena blanca, relato inventado por Herman Melville; penetrar “En el corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, y navegar con él por los mares de medio mundo; es querer volver a leer “Casa desolada” y otros libros de Charles Dickens; también recordar tu infancia y adolescencia cuando leías “Tom Sawyer” y “Huckleberry Finn”, de Mark Twain, que te transportaba al río Mississipi; y es, entre otros muchos, estar junto a Faulkner y sus personajes de “Las palmeras salvajes” y de Absalón, Absalón, y de sus otras historias igual de enrevesadas.
Además de todo lo dicho, en “El verano de Cervantes” Antonio Muñoz Molina refiere aspectos de su niñez, adolescencia y primera juventud lectoras, así como algunos comentarios breves sobre su época adulta. Y todo ello le da al libro una transparencia, sencillez y humanidad que a mí como lector me pueden tanto.
Muñoz Molina nos invita en su libro a leer El Quijote si no lo hemos leído, o a volverlo a leer no solo en verano, sino en cualquier época del año (aunque yo, como él, prefiero el verano).
Por todos los valores que encierra el libro lo he recomendado a mis amigos y conocidos, para que tengan una visión más amplia del mundo cervantino si han ido a ver la película “El cautivo”, de Amenábar.
Juan Ramón Hernández Valerón
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