La escuela no solo enseña, también educa

Esteban G. Santana Cabrera

[Img #5326]Vivimos en una sociedad compleja, acelerada, y muchas veces desbordada por los cambios tecnológicos, los medios de comunicación y la influencia de las redes sociales. En ella, uno de los grandes retos es la pérdida o debilitamiento de valores básicos: respeto, solidaridad, tolerancia, civismo, responsabilidad. Y no tenemos más que asomarnos a los informativos y escuchar diariamente cómo se tratan los políticos en el Parlamento y ver la poca ética de algunos. Todo vale, se relativiza, y también la escuela se enfrenta a retos que antes parecían corresponder exclusivamente al ámbito familiar. Pero ¿cuál es la frontera entre lo que compete a la familia, la educación y lo que debe asumir la escuela sobre la enseñanza con valores?
Está claro que el primer eslabón es la familia, durante los primeros años de vida, el ejemplo, el ambiente emocional, los modelos de conducta que los niños y niñas interiorizan a través del trato diario con sus padres. Es ahí donde se inculcan los hábitos más básicos: cómo saludar, cómo comportarse, cómo gestionar las emociones, el respeto que se debe a los mayores, la forma de resolver conflictos, etc. Pero, si este eslabón falla, la escuela se ve muchas veces en la posición de “segunda familia”, corrigiendo o complementando comportamientos que deberían haberse trabajado antes y venir desde casa.
 
Por ello, la enseñanza, hoy en día, ha cambiado: no se trata solo de transmitir conocimientos (matemáticas, lenguas, ciencias), sino de formar a la persona, el carácter, el ciudadano crítico, consciente, ético. La escuela debe poner especial interés en los valores que sostienen la convivencia democrática: normas, respeto mutuo, diálogo, justicia, equidad. No como imposiciones, sino como prácticas y reflexiones que acompañen el crecimiento intelectual y moral del alumnado. Y es en esto donde la escuela está invirtiendo muchas fuerzas hoy en día y dejando de lado el rol más formativo y academicista.
 
Cuando los límites se diluyen y se relativiza lo que es correcto, la escuela muchas veces se convierte en escenario de comportamientos que reflejan esa falta de valores que los más jóvenes ven cotidianamente: insultos, agresividad, desorden, poca empatía. Y, al mismo tiempo, también se vuelve espacio de aprendizaje esencial para lo que tal vez la familia no enseña o enseña poco: compartir, tolerar la diferencia, ponerse en el lugar del otro, reconocer errores. Enseñar “a comer bien”, a comportarse correctamente en el aula, a dialogar en vez de gritar, a respetar al adulto, al compañero, al espacio común. Estas tareas “básicas” que antes traían aprendidas, cobran hoy una vital importancia y la escuela tiene que activar el papel compensador que tiene en sí misma.
 
El Consejo Escolar de Canarias promovió un acuerdo denominado Pacto por la Educación, que tiene entre sus principios rectores la “educación en valores”.  Dentro de los principios básicos del pacto se subraya la importancia de valores universales como los derechos humanos, la igualdad de oportunidades, la solidaridad y, sobre todo, las reglas democráticas de convivencia. Esto convierte a la escuela no solo en un espacio de aprendizaje académico, sino en un espacio social y ético.
 
En el currículo de Educación Primaria en Canarias, se incorpora el área “Educación en valores cívicos y éticos” con una introducción clara: tiene como prioridad el desarrollo integral del alumnado como integrante de una sociedad democrática, mediante la reflexión y el ejercicio crítico y responsable. Esta área quiere capacitar al alumnado para que valore las diferencias, aprenda a aplicar normas y valores socialmente compartidos, con autonomía, aunque muchos de estos valores deberían venir grabados a fuego desde casa.
 
En definitiva, la familia y la escuela tienen roles distintos pero complementarios en la educación de nuestros más pequeños. La familia debe proporcionar los cimientos de respeto y conducta; la escuela debe reforzar, ejemplificar, enseñar habilidades sociales, emocionales y cívicas, y generar espacios de reflexión. En una sociedad donde “todo vale”, la escuela no puede renunciar a ese rol formativo integral, porque si lo hace, el alumnado también pierde el sentido del deber, de la convivencia, de la participación democrática. Pero lo que no se puede convertir la escuela en el referente educativo único, ya que si falta el papel de la familia, la formación deja de ser íntegra.
 
Por ello nuestras escuelas deben ser espacios respetuosos con el profesorado y con el resto de la comunidad educativa, en las aulas, en los patios, en el trato entre profesorado y alumnado, y en la colaboración familia-escuela. Porque al final nuestros centros educativos no dejan de ser un reflejo de nuestra sociedad

Esteban Gabriel Santana Cabrera 

Maestro de Primaria 

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