
“Me senté en la terraza del Sirocco y allí la esperé.
La noche estaba agradable y pasaba y saludaba a gente conocida. Así que la espera se hizo más agradable entre saludos y “¿cómo te va?”. Y adioses varios. Cuando ya había transcurrido cuarenta minutos de la hora acordada, comencé a ponerme nervioso. Le quería decir que lo nuestro no tenía futuro, que las papas locas de la cafetería mostraban el dolor que nos ocasionábamos y lo que no puede ser no puede ser. Esa noche no se presentó. Después del perrito caliente me levanté, pagué y me fui. Seguí saludando a gente conocida cuando me tropecé con Laura, la de la Hoya de San Juan. Nos miramos, nos reímos, charlamos un rato y quedamos para el día siguiente.
A María no la volví a ver más.”
Juan FERRERA GIL
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