Microrrelatos. Pesadillas

La angustia de una pesadilla se transforma en terror real cuando la protagonista percibe una presencia inquietante en su habitación, incapaz de distinguir entre sueño y vigilia.

Olga Valiente Miércoles, 08 de Octubre de 2025 Tiempo de lectura:

Desperté de golpe, completamente empapada en sudor y con los ojos abiertos de para en par clavados en el techo de mi habitación. Sentía cómo el corazón me golpeaba en el pecho a toda velocidad queriendo salir, queriendo escapar de mi cuerpo. No lograba recordar con qué había soñado, pero aun era capaz de notar la sensación de viscosidad que me recorría entera, como si algo estuviera todavía en la habitación. Como si algo se hubiera apoderado de mi y me mantenía atada a la cama sin poder moverme.

 

No se escuchaba nada. A mi alrededor todo estaba en silencio, en un silencio insoportable que acentuaba cada uno de mis pensamientos. No había coches en la calle, mi perro no ladraba y tampoco podía escuchar el tic tac habitual del reloj de mi mesilla de noche. Solo yo respirando agitada, mis pensamientos amontonándose, el latir de mi corazón y el zumbido insoportable que se movía dentro de mi cabeza.

 

Traté de convencerme de que era solo una pesadilla más repitiéndomelo varias veces, pero dentro de mí, en el fondo, mi alma sabía que no era así. Esta vez era distinto. Esta vez... el ser que me acompañó en mis sueños, siguió a mí lado, pegado a mí, hasta la vigilia. Y me había convertido en su presa.

 

Ya no aguantaba más. Notaba cuán dilatadas estaban mis pupilas, cada gota de sudor caliente que me resbalaba por el rostro, cada poro de piel erizado, la sensación de terror invadiendo mis venas... y alguien, o algo, acechándome desde la esquina.

 

Quise girarme, quise levantar la cabeza y mirar hacia allí, hacia donde la sombra se hacía más densa, pero no podía. Mi cuerpo estaba completamente paralizado, clavado al colchón con clavos y correas invisibles a mis ojos, pero no por ello inexistentes. Lo único que aún podía mover era mis ojos que poco a poco iban cediendo a mi voluntad de manejarlos. Traté de buscar un destello, un punto de luz, algo que me confirmara si seguía en mi casa, en mi vida, en mi dimensión pero, sobretodo, si estaba sola o acompañada.

 

Y entonces ocurrió.

 

Un crujido apenas audible retumbó en la habitación y se adentró en mis oídos. Era el sonido que hacía la madera del pasillo al caminar hundiéndose bajo un peso de alguien que no debía estar allí. El aire se volvió pesado, irrespirable y, sin darme cuenta, supe que aquel ser estaba allí, frente a mí.

 

No podía verlo claramente, pero estaba segura de que me sonreía.

 

Tragué saliva pese el intento de bloqueo de mi garganta y traté de mantener la calma para no llorar pues, si algo he aprendido en mis sueños lúcidos es que, lo que se viene conmigo al mundo de los vivos, no se marcha al amanecer porque cuando cruzan la frontera, lo hacen para quedarse.

 

Olga Valiente

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