
«En homenaje a los que vivieron y viven en esta calle.
A todos ellos nuestro recuerdo y gratitud, porque formaron
parte entrañable de la historia de esta calle y de
este pueblo, con el que se identificaron»
La calle San Germán es una de las calles históricas de Agaete y la única calle rotulada con este nombre en 1865 en Canarias; inventariándose a mediados de esta centuria trece casas habitables, alineadas al poniente cara al Barranco Real, colindando en su mayoría unas con otras. En cuanto al antropónimo, desconocemos el porque se eligió el nombre de este santo protector de Paris para esta calle en las afueras del pueblo; santo, por otra parte, al que se le atribuye escenas milagrosas y de caridad, por su vinculación con los pobres y la pobreza, y al que se le representa con diversos atributos, siendo uno de ellos en actitud de detener un incendio, según un suceso maravilloso de su vida.
Lo cierto es que otro santo, San Sebastián, era el que protegía al pueblo por la entrada principal de las epidemias y enfermedades contagiosas, y San Germán lo salvaguardaba por la parte más oriental.
San Sebastián, siglo XVII. Santo iconográficamente identificado con la peste, ya que era costumbre situar en Canarias las ermitas bajo su advocación a la entrada de los municipios, a manera de símbolo protector o barrera para evitar la entrada de las enfermedades contagiosas. Fotografía del autor realizada en 2024
No olvidemos tampoco a San Cristóbal, en el panel izquierdo del Tríptico de Agaete, formando una escena secundaria con San Antonio Abad. Recordemos que a San Cristóbal se le invocaba también contra la peste y curaba, o mejor se le rogaba por el mal de ojos, el dolor de dientes, etc. Etimológicamente viene del griego Christophoros, «el que lleva a Cristo o Porta–cristo»1. De voluntad incansable cruza a Jesús en sus hombros portando la bola del mundo, que simboliza el espíritu del cristianismo. De la vara de San Cristóbal cuelga un pez como testimonio de la marcha del mundo a través del mar de las realidades no formadas2.
A parte de la relación San Antonio–Antonio Cerezo, se establece otra entre San Antonio–San Cristóbal. Debe entenderse como santos que curaban diversas enfermedades y coinciden como protectores frente a la peste. Aquí San Cristóbal es un tema secundario, por claras razones y también por ir remitiendo su culto en el siglo xvi, y es una buena razón para que el pintor idee un paisaje de ribera.
La calle San Germán era una de esas calles más hermosas y entrañables de Agaete, empedrada, abierta al horizonte, popular en extremo y en contacto con el increíble paisaje circundante con solo abrir la puerta o una ventana. Una calle de gentes sencillas, de tertulias en las aceras o de asientos de piedras ex profeso. Una calle de buenos vecinos, aunque no estaban exentos de pleitos y de riñas puntuales por desavenencias, a veces inútiles, en las cuales tenía que mediar la autoridad. Era una calle de trabajadores, de braseros, jornaleros, labradores, obreros agrícolas, leñadores, pescadores, mancebos y de migrantes, que en su mayoría eran arrendatarios de sus moradas y que tuvieron que abandonar con el tiempo o que posteriormente las adquirieron.
Panel que representa al santo eremita y a San Cristóbal como escena secundaria, que se inscribe dentro de un paisaje de ribera, del primer tercio del siglo XVI. Protegía el puerto por esta parte de las epidemias que entraban porla bahía de Las Nieves. Fotografía del autor realizada en 1984
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Una calle de mujeres y de hombres curtidos por su historia y por episodios luctuosos que se significaron de manera violenta en este pequeño entorno y que violentaron la rutina de sus moradores. Contemplar la avenida del barranco era todo un placer y un deleite a la vista. Sin embargo, el temporal acaecido la trágica noche del 19 de enero de 1896 –víspera de San Sebastián–, la hilera de casas de esta decimonónica calle, al estar situadas en un promontorio basáltico, quedó incomunicada al bifurcarse el barranco en dos cauces durante aquel tremendo diluvio, formando una isleta que la aislaba del resto del pueblo y sin posibilidad de ser socorridos; afortunadamente no hubo que lamentar milagrosamente vidas humanas ni daños materiales.
Asimismo, la prensa nos recuerda otro de los episodios tristes que tuvieron como escenario esta calle. Lo cierto es que en la madrugada del 30 de mayo de 1904 tuvo lugar un infortunado «crimen pasional», cuando el sargento de la 4ª Compañía del 1er Batallón del Regimiento Valencia destacado en la Villa, Tito Aguinaldo Salvador, que desde hacía tiempo venía enamorando a la hermana de un borriquero conocido con el sobrenombre de Juan Cebolla, le disparó a éste cinco tiros con su pistola máuser en la calle San Germán donde vivía, debido a la tenacidad con la que se oponía a su noviazgo y a los insultos proferidos por el difunto y sus amigos.
Sin embargo, otra versión de los hechos refería que no existió semejante cita amorosa, sino que fue el encuentro de dos parrandas, en una de las cuales iba el sargento Aguinaldo y en la otra el desafortunado Antonio Godoy, el origen de la disputa y en consecuencia el preámbulo del crimen. Constatando que el borriquero trató de impedir el tránsito a la parranda donde iba el sargento en dos ocasiones, arrojándoles piedras cuando aquella se retiraba, dando lugar a la conducta del sargento. Que regresó en busca de Godoy, encontrándolo en la calle San Germán en compañía de otro, propinándole los disparos que le causaron la muerte en el acto.
San Germán, obispo de Paris (Francia). Santo al que se le atribuye escenas milagrosas y de caridad, por su vinculación con los pobres y la pobreza.
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Más allá de estos episodios, la normalidad retornaba a la calle y los vecinos volvían a sus actividades y quehaceres cotidianos. Para una referencia, en 1928 poseían viviendas en esta calle Juan Montesdeoca, María Santana Rodríguez, Tomás Álamo Herrera, Francisco Manrique de Lara y Massieu, Matías García Hernández, Cipriano Rodríguez Bermúdez, Juan Rodríguez Martín, Agustín González Rodríguez, los herederos de Cristóbal Martín Armas, Juana Armas García, Juan Sosa García y Juan Tadeo Rodríguez. Mientras que los propietarios de las fincas rústicas lo eran Felisa González y González, Francisco García y García, los herederos de Germán Sosa, los beneficiarios de Germán Medina y Fernando Hernández. Residiendo en su mayoría en Las Palmas, mientras que Juan Montesdeoca y Felisa González y González, la tenían en el pueblo.
También, Juana García Mendoza, mujer de Narciso Burell de Magro, poseía una casa en la calle Guayarmina de 42 m2, que lindaba por el fondo con la calle San Germán. De enorme interés porque Narciso Burell de Magro, fue el primer farmacéutico que se instaló en este municipio meses después de haber obtenido la Licenciatura en Farmacia, residiendo en la histórica calle Lago, donde se casó con Juana García Mendoza el 19 de diciembre de 1923. Integrándose perfectamente en el Agaete de principios de siglo, llegando a ocupar el cargo de tesorero de la Sociedad La Luz desde 1910 a 1912. Celebrándose en su casa concurridas tertulias, a las que acudieron el cura Virgilio Quesada Saavedra, el poeta Tomás Morales Castellano, los empresarios Miguel Quesada Saavedra y Antonio Abad Ramos Medina y el Alcalde Graciliano Ramos Medina, entre otros. Instalándose definitivamente en la capital en 1930, donde abrió farmacia en la calle Bravo Murillo núm. 12; ocupando la plaza de farmacéutico titular de Agaete Manuel Campos Sobrino, plaza que se hallaba vacante el 5 de abril de 1931.
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La calle San Germán, hasta hace muy poco, fue un ejemplo irrefutable de la arquitectura tradicional de este municipio. En ella coexistían casas a dos vertientes y de azotea. Casas enlucidas y sin enlucir, construidas éstas últimas con ciclópeas piedras de origen volcánico. Con techumbre a dos aguas bajo la cual se encontraba un entramado singular de cañas y encima una argamasa de barro y paja, que se renovaban cada cierto tiempo, siendo el lugar de aprovisionamiento del barro el «Lomo de Los Frailes». En su interior no faltaba la gran viga de madera de tea, el pie derecho y la zapata. En el exterior, una puerta, una o dos ventanas y los caños de madera, una acera o varias piedras que servían de asientos; las tertulias y la contemplación del entorno era lo habitual. Tampoco faltaba el bernegal en el patio, el pajar, la cocina con el «mechinal» y algunas habitaciones, y muchas flores. En el exterior el estercolero y el retrete, un alpendre para las cabras y un espacio para las gallinas, los hurones y los podencos. Todo este patrimonio está en ruinas o transformado, permaneciendo en la memoria lugares emblemáticos como el huerto del Pinto, las Canales, la Céntima, los Arenales, la Cunilla, la Piedra Grande, el Caidero, el lomo Pelado, las Chocetas, el lomo del Albercón, la Hoyilla, la era del Albercón, y el Lomo de los Pinos.
De la calle San Germán arrancaba el «Camino Real desde Agaete hasta Tamadaba», que una vez salvado el cauce del Barranco Real, principiaba el camino que serpenteaba hasta llegar a la era empedrada, bordeando el Albercón de Salvador Manrique de Lara y Massieu, lomo arriba a Las Chocetas a dar con el Cardón Grande y la Degollada de la Arena, hasta empalmar con el Camino Real del valle en la era de Bizbique, con una anchura de tres metros. Aunque los más atrevidos subían y bajaban por el Roque de la Ovejera hasta enlazar con el Camino Real, a un paso de la Fuente del Cuervo.
Asimismo, era la calle de entrada y salida de los leñadores (acarreadores/acarreadoras) que se aventuraban en el pinar de Tamadaba, de las yuntas y arrieros, de jornaleros y medianeros y de las cuadrillas de cazadores; y por donde subían tradicionalmente los vecinos para sofocar los incendios que se originaban en el pinar de Tamadaba. Además de ser el camino habitual que emprendían los romeros por las fiestas de Nuestra Señora de Las Nieves, en busca de las ramas en pago a sus promesas.
A esta calle confluía o partía el sendero que serpenteaba la margen derecha del Lomo Pelado, un atajo para los vecinos que vivían o tenían sus actividades en los lugares de Sotavento, Las Longueras y Tierra Bermeja.
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La calle San Germán fue un lugar concurrido durante varias generaciones. El campillo de futbol de Los Arenales, un campo de medianas proporciones de una arena muy fina casi rubia, depositada por los acarreos del barranco cuando se desbordaba, era el escenario de competiciones todas las tardes; sería innumerable el listado de todos los que jugábamos en él, hoy grandes profesionales, padres de familia y abuelos. En los aledaños, y sobre una piedra grande hincada verticalmente, los vecinos horadaron la roca y colocaron una pequeña Cruz de madera. Cruz de madera que nunca tuvo un fin de descansadero para las comitivas fúnebres por la proximidad con la parroquia y porque la calle San Germán no era un lugar tradicional de entrada al casco urbano de los entierros por esta zona. Pensamos que no se levantó por el crimen que tuvo lugar el 30 de mayo de 1904. Como tampoco, según los testimonios consultados, que apuntan a que fue colocada en recuerdo a uno de los desaparecidos el 4 de abril de 1937. De manera porque ninguno de ellos residía en esta calle y porque resulta ciertamente extraño que con el nuevo orden político se permitiera la significación de un hecho que de por todas se intentó ocultar o al menos que no trascendiera con una visibilidad tan notoria, salvo que se enmascarara el objetivo de la misma.
En su defecto, hemos consultado y contrastado la documentación sobre los combatientes fallecidos del bando nacionalista de las familias residentes en esta calle y no hemos certificado a ninguno. Por ello, todo apunta a que los vecinos de la calle San Germán quisieron perpetuar en la memoria el temporal acaecido aquella trágica noche del 19 de enero de 1896, para dar las gracias por salvar sus vidas, sus viviendas y sus propiedades; de hecho, en 1930 residían en esta emblemática calle veintiún vecinos nacidos antes de 1896, por lo que se pudo perpetuar en la memoria y en el monolito este episodio dantesco.
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Con todo, para la longitud y el reducido número de viviendas, era una de las calles más pobladas del pueblo. Oscilando el número de vecinos desde 1910 a 1960 entre 76 y 44 habitantes, predominando las familias numerosas de hasta «doce miembros», coexistiendo en algunos hogares varias familias en espacios muy reducidos. Paradójicamente, en el ámbito cronológico de referencia, era una calle donde predominaban los varones sobre las mujeres, aunque no de manera significativa. Siendo el número de jóvenes y de solteros numeroso, que progresivamente fueron dejando sus domicilios paternos al ir contrayendo matrimonio. Resultando que la mayoría de los adultos no sabían leer ni escribir, produciéndose un vuelco en las estadísticas a partir de 1945, predominando en adelante los que ya sabían. Precisando que la mayoría de los niños y niñas en 1930 no iban a la escuela, a pesar de que en el casco urbano habían cuatro escuelas, para ambos sexos, siendo sus maestros en este periodo Ignacio Toledo Falcón, Manuel Arbelo Morales, Miguel Pérez García, Juan Álamo Nuez, Candelaria Arbelo García y Luisa Cabrera Arbelo; estando todos los niños y niñas en edad escolarizados a partir de 1935.
Aún así, mayoritariamente el oficio de los varones era la de jornalero, unos pocos obreros agrícolas, labradores, un mozo, un cortante, un traficante, un marinero y un obrero de la construcción; percibiendo los jornaleros un salario de 6,60 pesetas diarias y los obreros agrícolas 8,40 pesetas. Mientras que las mujeres se dedicaban a sus labores domésticas, con algunos casos de jornaleras, vendedoras, empleadas del hogar o sirvientas.
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De las actuaciones documentadas realizadas por la institución municipal en esta calle, destaca el acuerdo adoptado el 5 de febrero de 1931 por la corporación presidida por el Alcalde Juan García Martín, de continuar con el alumbrado público y extenderlo a las calles de Las Peñas, La Montañeta y San Germán. Siendo de principios de 1932, bajo la Alcaldía de José Armas Galván, la conclusión de las reparaciones llevadas a cabo en las calles de San Sebastián, Belén, San Germán y de Juan de Armas Merino. Mientras que de 30 de septiembre de 1948 es el importe de 121,75 pesetas abonado al Cabo de la Guardia Municipal Pedro Jiménez Díaz, encargado de las obras públicas municipales, de la relación de jornales de las obras de reparación llevada a cabo en la calle San Germán desde el 30 de agosto al 4 de septiembre, siendo Alcalde José Armas Galván. Asimismo y durante la alcaldía de Pedro Esparza Martín, el 4 de febrero de 1956 se retribuía al Guardia Municipal Manuel Reyes Díaz, como encargado de las obras públicas, 284,20 pesetas de los jornales devengados en la reparación de dicha calle durante la semana del 30 de enero al 5 de febrero.
Firma del Alcalde Juan García Martín, 26 de marzo de 1931
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Lo cierto es que en esta hilera de casas impares ubicadas al ocaso, vivieron mis bisabuelos paternos Sebastián Cruz González y Rafaela Jiménez Medina, y sus hijos Rafael, Santiago, Dolores, María, Antonio, Francisco, y Juana Cruz Jiménez, soltera empedernida y mujer singular de este pueblo. Y con ellos, en algún momento, sus hijos e hijas con sus maridos e hijos. Como mis abuelos paternos, Rafael Cruz Jiménez –Rafael Capiro– y Concepción Cabrera Rodríguez –Concha–. Calle donde vivieron y nacieron mis tíos y tías: Rafael, Antonio (mi padre), Adoración, María de las Nieves, Carmela, Gabriel, Sebastián, Mencio y Conchita. Así como Martín Silvestre Martín Perdomo y María Cruz Jiménez y su numerosa prole de hijos: María Reyes, Martín, Sebastián, Cristóbal, Carmen, Rafaela, Ana y Juan. Como Sebastián Cruz Jiménez y su mujer María Dolores Suárez Martín y sus diez hijos: Sebastián, María del Pino, María, Juan, Feliciano, Manuel, Carmen, José, Antonio y Otilia Cruz Suárez, que casó luego con Cristóbal Martín Suárez. Además de Feliciano Cruz Suárez y su mujer María Martín Ojeda y sus hijos Felisa, José Antonio, Juan Manuel y Francisco Javier.
Firma del Alcalde Pedro Esparza Martín, 1 de enero de 1957
Calle donde fijaron también su residencia a lo largo de la historia María Godoy Santana e Isabel Godoy Saavedra. Gerónimo Cabrera Armas y Plácida Medina García, y sus hijos Juan, Aurora, Gerónimo y José Agustín González Rodríguez y María Santana, y sus hijos Agustín, María, Antonio y Domingo. José Juan Godoy Suárez y Dolores Mendoza Rodríguez y sus hijas María y Francisca. Matías Armas Hernández y Juana García Armas, y sus hijos José, Francisca, Ana y Leonor. Así como Juan Montesdeoca y su esposa Juana Godoy Santana y sus hijos María, Juan, Antonio, Antonia, Manuel de los Reyes y José; y Juan Montesdeoca Godoy con Aurelia Vega García y sus dos hijos. Igual que Concepción Santana Rodríguez, María Santana Rodríguez y María F. Godoy Santana. Juan González Hernández y Celestina Rosario con sus seis hijos. Francisco González Acosta y su hija Dolores González García. Hermenegildo Cabrera González y Francisca Diepa Rosario y sus dos hijos. Vicente Benítez Palmés y Clara Marrero Santana y su hijo Juan Benítez Marrero. Juan José Godoy Mendoza y Dolores Mendoza Rodríguez y sus siete hijos: María, Francisca, Juan, Isidro, Primitiva y María Dolores. Además de Juana García Armas y sus tres hijas. Juan Rodríguez Martín y María Mendoza Rodríguez y sus hijos, Elena, Rosa, Isidro, Encarnación y Manuel Rodríguez Mendoza, y Avelino Rodríguez Martín.
Como también Juan Ojeda Llarena y María Sosa Rosario, y sus hijos Pedro –que casó con Ramona Ramírez Saavedra–, Isidora, Dolores y Juan. El matrimonio Francisco Mendoza Rodríguez y María Mercedes Armas Diepa y sus ocho hijos: Manuel, Juana, Pedro, Dolores, Wenceslada, María del Pino, Mercedes y Francisco. Juana Diepa Suárez y Dolores Mendoza Rodríguez y sus seis hijos. La familia formada por Manuel Arbelo Perera y Dolores Santana Rosario y sus hijos Dolores, Leonor, José Manuel, María, Concepción –que contrajo matrimonio con Anacleto Rodríguez Rosario–, Gonzalo y Nélida Arbelo Santana. Igualmente Juan Rodríguez Rosario e Isabel Armas Santana y sus hijos José Matías, María Inés, María Nieves, Cristo, Rita, Jesús y María Jesús. Al igual que Diego Triguero Jiménez y Eugenia Dámaso Rodríguez y sus tres hijos; Gregorio Dámaso Ojeda y María Elena Rodríguez Mendoza.
Una calle de personajes populares y tan conocidos como Juan Simiro, Juan el de Tecla, Chano Capiro, Cristo el del papagüevo, Juan Cruz, Isidro el de la cachimba, los de Guayedra, Juana la Capira, Pepe El Chocafisco, Manuel el de Eleonor y Lola lal Pollo, la familia Arbelo, Juan Diepa –el Yepa–, Mariquilla, Chano el Cantarillo, Juanita la costurera, Juan el Gordo y Juan Benítez.
A todos ellos nuestro recuerdo y gratitud, porque formaron parte entrañable de esta historia calle y de este pueblo, con el que se identificaron.
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LA HISTÓRICA CALLE SAN GERMÁN, EN AGAETE. TABLAS Y ESTADÍSTICAS DE POBLACIÓN, 1910-1972
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1 REAU, 1958, iii, i, p. 304.
2 CIRLOT, 1982, p. 360.
Antonio J. Cruz y Saavedra
Licenciado en Historia del Arte
Catedrático de Enseñanza Secundaria
Universidad de La Laguna
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