
Estaba harta. Harta de soniditos de los mensajes del WhatsApp, de los comentarios del facebook, del click de aviso cada vez que alguien subía una foto a la red. Decidió que ya iba siendo hora de apagar el móvil, desconectarlo, permanecer por un tiempo out. Fuera de todo y de todos, al menos durante unas horas, o mejor, unos días. Tal vez unas semanas.
Necesitaba un descanso. La tragedia de la tecnología y un mundo cada vez más estrecho que se retroalimentaba a base de ‘me gustas’ empezaba a generarle sensación de asfixia.
Echaba de menos quedar con alguna amiga para charlar y compartir una cena sin que mediara una pantalla de por medio. Añoraba el diálogo cómplice y el café con una sonrisa real, no una con forma de emoticono. Así que tomó la decisión: apagaría el móvil. Un simple gesto en el botón adecuado y fin, se acabaría la historia. Ausente de un mundo reducido que funcionaba a golpe de likes y algoritmos.
Pero antes pondría un mensaje en el estado de whatsApp ‘'Estaré fuera un tiempo. Si quieres, déjame un mensaje''. Con esto sería suficiente. Vale, ya estoy. No espera, ¿y el instagram? Pondré algo divertido. Humm, a ver, una foto de un gatito con cara de dormido: “Miau, me voy a descansar por unos días”.
Con cada gesto, se sentía mejor. Una extraña sensación de ligereza comenzaba a invadirla, como si tomar la decisión de dejar por un tiempo aquella esclavitud virtual la convirtiera en otra persona, una valiente, una decidida a cortar por fin con tanta hiperconexión absorbente y absurda.
Faltaba el facebook. No quería que sus amigos virtuales se preocuparan por ella así que se hizo una foto sonriendo y añadió el mensaje: “Volveré pronto, amigos!!”
Ahora sí, ya estaba preparada. Cogió el móvil y buscó con curiosidad el botón de apagar. No tenía claro dónde estaba situado. Lo cierto era que, desde que había adquirido el terminal tres años antes, aquella sería la primera vez en desconectarlo del todo.
Apretó el botón pero no respondía. ¿No sería ese? Debía serlo, los otros eran para el volumen y la cámara. Volvió a pulsar con tanta fuerza que una ligera gota de sudor surgió tímida en su sien. No podía ser: ¡había avisado a sus amigos virtuales de que se iba y no iba a quedar ahora como una idiota!
De repente, un mensaje del face: Te echaremos de menos; otro en instagram, no te vayasss, vuelve; uno más en el whatsApp: te vas de vacaciones? No me habías dicho nada, acompañado por una carita de sorpresa y un corazón.
Sin darse cuenta, se descubrió contestando a los mensajes que iban llegando en cascada olvidando que minutos antes ya se había despedido. No podía creerlo: ¿otra vez estaba contestando los mensajes?
El aparato no dejaba de recibir avisos de interacciones en redes. Empezó a marearse. Una súbita arcada recorrió su cuerpo. Corrió al baño sosteniendo el móvil en la mano y abrió la tapa de la vasija para vomitar pero se frenó en seco. Sin pensarlo ni un segundo, alargó la mano y dejó caer el terminal dentro de la vasija.
Inmóvil, su atención se centró en el entorno. Todo era silencio. Regresó al salón donde buscó en la estantería aquel libro que había comprado hacía más de medio año con la vana intención de leerlo. Ahora ya tendría tiempo para hacerlo.
Sonrió. Por fin, era libre.
Josefa Molina




























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