EL CEMENTERIO PARROQUIAL DE TEROR A MEDIADOS DEL PASADO SIGLOTal como afirma la periodista Teresa Flaño, la costumbre fue durante siglos enterrar a los difuntos en el interior de las iglesias; “a mayor categoría, dependiendo de la cuna, oficio o poder económico del finado, los huesos reposaban más cerca del altar, a no ser que fueran de un linaje aún más alto que les permitiera tener capilla propia en los laterales del recinto eclesiástico. La creencia de que las reliquias de los santos protegían a los difuntos y las imágenes sagradas y los rituales allí celebrados les acercaban más al cielo habían llenado el subsuelo de las iglesias. Después, estaban los lugares bastante más apartados o patios anexos para los menos afortunados. A medida que aumentaba la población, el espacio quedaba pequeño y se realizaba una limpia. Se exhumaban los cadáveres y los restos pasaban al osario del templo, una medida totalmente insalubre”
Los enterramientos se realizaban en el interior y en los atrios de las iglesias parroquiales situadas dentro de los núcleos urbanos. La falta de higiene y salubridad características de dichos enterramientos, provocaban la aparición de enfermedades que se propagaban rápidamente entre la población.
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Mónica Arrizabalaga nos informa de que “con ocasión de la epidemia experimentada en la Villa de Pasajes, Provincia de Guipúzcoa, el año de mil setecientos ochenta y uno, causada por el hedor intolerable que se sentía en la iglesia parroquial de la multitud de cadáveres enterrados en ella»” Carlos III dictó el 3 de abril de 1787 la Real Cédula por la que prohibieron los entierros en las iglesias salvo para los prelados, patronos y religiosos que estipulaba el Ritual Romano y la Novísima Recopilación.
El médico español José de Aranda en 1737 en su obra “Descripción Tripartita médico-astronómica, que toca lo primero sobre la constitución epidémica que ha corrido en muchas ciudades” señalaba cómo “consta por la experiencia que la generación de la peste nace de la corrupción de cadáveres”, o el abad francés Charles Gabriel Porée que instaba en 1745 a distanciar a los muertos de los vivos.
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La normativa marcada por el rey Carlos II disponía que la construcción y uso de los cementerios se realizarán observando las disposiciones canónicas sobre esta materia y según lo establecido en el Ritual Romano y en la Ley 11. Tit. 13. partida I, en la que se establecen las personas que podrían seguir siendo enterradas en las iglesias, esto es, personas de virtud o santidad y los que tuvieren sepultura propia al tiempo de expedirse la Cédula. La construcción de los nuevos cementerios requería acuerdo entre autoridades civiles y eclesiásticas, así como la necesidad de proceder conforme al siguiente orden de preferencia: lugares en que haya o hubiere habido epidemias o estuviesen más expuestos a ellas; los más populosos y las parroquias de mayores feligresías. Los cementerios se realizarían fuera de las poblaciones en sitios ventilados y distantes de las casas de los vecinos aprovechando como capillas para ellos las ermitas que existieran fuera de los pueblos y su ejecución se haría con el menor coste posible y costeándose con los caudales de Fábrica de las Iglesias, si los hay, y lo que faltare prorrateado entre Diezmos, Reales Tercias, Excusados y fondo Pío de Pobres y caudales públicos, con mitad o tercera parte del gasto.
Tal como describe en su investigación, el catedrático terorense Vicente Suárez Grimón, en Teror se continuó con la costumbre anterior hasta inicios del siglo XIX, hasta que en 1813 se habilitó un cementerio provisional en San Matías, donde, hasta que el actual cementerio parroquial comenzó a utilizarse en 1817 se enterraron un total de 213 personas
El lugar elegido pertenecía a. Antonio Jacinto Falcón que se negó a la venta del solar “dando lugar a un pleito que se inició en 1814 y finalizó en 1816 con la venta forzosa del terreno por el precio de 200 pesos”
Hace un siglo, para adaptar el camposanto al crecimiento poblacional, el ayuntamiento de la villa acordó el 23 de agosto de 1923 acordó la primera ampliación del mismo. Para ella, el párroco compró a Margarita Yánez Melián dos fajas de terreno del llamado “Cercado del Cementerio” y se comprometió a construir una capilla destinada a guardar sus restos y los de su familia.
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Años después por compra realizada el 19 de abril de 1927 a Pilar Medina se procede a una nueva ampliación.
En pleno del 23 de abril de 1936 se acuerda:
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“De conformidad con la Ley de 30 de enero de 1932 y su Reglamento del 8 de abril de 1933, se procederá por este ayuntamiento a la incautación del Cementerio parroquial de esta Villa, que es el que actualmente presta el servicio general.
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La incautación se llevará a efecto el próximo martes, 28 del actual mes, a las 11 de la mañana, por el Sr. Alcalde-Presidente accidental, con asistencia del Sr. Secretario de este Ayuntamiento que levantará acta de la incautación con los pormenores que indica el artículo 8 del citado Reglamento…”
Posteriormente y tras los cambios producidos por el inicio de la guerra civil y la nueva legislación del gobierno de Franco, en pleno del 8 de agosto de 1937, la corporación terorense acordó por unanimidad devolver a la parroquia el cementerio.
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Con algunas actuaciones posteriores, el resultado de las obras realizadas en el primer tercio del siglo XX, configuraron el actual aspecto del mismo, con los detalles destacado de los panteones de los sacerdotes de la parroquia y el de las religiosas de las Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia.
Setenta años más tarde, en la finca conocida como el “Cercado de Los Granadillos” adquirida por el ilustre ayuntamiento terorense, se construyó el segundo cementerio del que dispone en municipio de Teror.
El solar de 28000 metros cuadrados fue adquirido por el ayuntamiento a Pedro Hernández, como apoderado de Luisa y Elvira del Castillo.
El cuatro de marzo de 1993, el consistorio decidió llamar al nuevo cementerio con el nombre de la primera persona que se enterrara en el mismo.
El cadáver de María Dolores Domínguez Suárez ocupa gratuitamente y a perpetuidad desde entonces el nicho número uno del mismo y da nombre al nuevo camposanto que se llamó en virtud del acuerdo municipal “Cementerio Municipal de Nuestra Señora de los Dolores”
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EL CEMENTERIO DE LOS ARBEJALES
Desde la primera mitad del pasado siglo, y sobre todo a partir de la inauguración del templo del Sagrado Corazón de Jesús de Llano Roque, el vecindario de Los Arbejales pidió insistentemente que se construyese en lugar bien ubicado del barrio un cementerio, debido a las dificultades que tenían para trasladar a sus difuntos al de Teror por caminos intransitables y bajo condiciones atmosféricas imprevisibles.
En pleno municipal del 13 de octubre de 1930 se decidió que “en vista de que unos vecinos de Arbejales piden un cementerio para aquel pago y otro grupo se opone, la corporación acuerda consultar a un letrado a fin de que dictamine el camino a seguir”
El vecindario presentó proyecto realizado por el arquitecto Rafael Masanet, que quedó olvidado en el posterior camino de ejecución de la obra.
Nuevamente, en otro pleno municipal celebrado el 19 de enero de 1932 se dio conocimiento a sus miembros que los vecinos del barrio habían solicitado un cementerio, apoyados por el concejal Manuel Caballero Blanco. La corporación decidió aplazar su aprobación hasta conocer el dictamen de un letrado, que a la vista de la nueva legislación republicana que sería aprobada el 30 de enero de 1932.
El letrado informó que todos los cementerios serían civiles, municipales, y no ligados a ninguna otra entidad que no fuesen los ayuntamientos.
Finalmente, se informó a los vecinos de Los Arbejales que debían volver a elevar la petición teniendo en cuenta que tenía que tratarse de un cementerio municipal y no parroquial. El concejal Manuel Caballero dijo que debían dejarse a un lado estas controversias y sencillamente construir el cementerio y que el concejal José Hernández Jiménez, remiso en un primer momento, no tendría otra opción que apoyar la justa petición del vecindario.
En enero de 1933, la comisión encargada por el ayuntamiento de buscar ubicación al mismo informó que la zona sur del barrio era la más apropiada; pero que eran para ello un obstáculo las obras que se estaban realizando en la carretera de Teror a San Isidro; y solicitaron autorización gubernamental para aplazar todo ello al término de las citadas obras.
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Entre unas cosas y otras y permanentes solicitudes del párroco don Faustino Alonso, que dicen que llegó a la parroquia avisando que venía caminando pero se iría en coche y debidamente referenciadas en el libro “Arbejales” de Julio Sánchez y Vicente Hernández; el tema se aplazó casi dos décadas, hasta que en 30 de junio de 1951, el ayuntamiento decidió por fin “haciéndose eco del sentir de los vecinos de dicho barrio de Arbejales, acordar construir un cementerio en el lugar llamado ‘Los Silos’ junto al camino que conduce a Las Hoyas”
El gobernador civil José García Hernández había destinado desde principios de aquel año a la obra la cantidad de 75000 pesetas, procedentes de la “Obra Social de la Falange”.
En agradecimiento, cuando el 4 de agosto de 1951 se llevó a cabo la ceremonia de despedida del citado gobernador, el párroco de Los Arbejales con una comisión del barrio estuvieron presentes y entregaron al señor García Hernández un álbum en el que se recogía el acta y varias fotografías de la colocación de la primera piedra del cementerio, celebrada el 22 de junio de aquel mismo año; y el 27 de julio de 1952 bendecía el cementerio de Los Arbejales, tras su inauguración por el gobernador Evaristo Martín Freire unos días antes.
Iniciándose el año 1995, una nueva carretera acercaba el barrio al municipio de Santa Brígida y la capital de la isla, pero también al cementerio. El domingo 12 de febrero, se celebró una misa presidida por el vicario de zona Santiago Rodríguez y posteriormente la inauguración del nuevo acceso al cementerio con el descubrimiento de una placa conmemorativa de homenaje al párroco que “llegó a pie de joven y se fue en coche a vivir su jubilación”
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LA CAPILLA DE LAS DOMINICAS
Al prohibirse los enterramientos en las iglesias con la Ley de Cementerios a inicios del siglo XIX, el obispo dispuso que, hasta encontrarse un lugar adecuado, éstos se realizasen en San Matías, en el sitio de la arruinada ermita de dicho santo, que fue cementerio del pueblo desde 1812 a 1816.
Volvería a ser lugar de enterramientos en la nefasta epidemia de cólera de 1851.
Cuando hace un siglo se estaba ejecutando la extraordinaria obra del Convento de las Dominicas, todos los restos encontrados, fueron enterrados por orden episcopal al capataz de obras, mi bisabuelo Juan María Suárez Medina, bajo el sacro recinto de la capilla conventual, convirtiendo este lugar también en cementerio de la villa.
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EL CEMENTERIO DEL CÍSTER
Tal como lo describió Sor Esperanza Viera Déniz en su libro “Historia de la Comunidad del Císter de Teror” del año 1988, se encuentra situado “en el ala izquierda y se levantó algo después de inaugurado el Monasterio, Es el cementerio un pequeño solar que se cercó y se unió por una puerta enrejillada a la huerta conventual. Nada de tétrico tiene, sólo que está arropado de esa íntima poesía de los rincones cuajados de flores y enredaderas. Es algo recoleto, con sus sencillas cruces, entre flores y algunos cipreses asomándose sobre las tapias. Es un lugar donde las hermanas acuden a orar y, sin duda, a momentos de reflexión, por lo sencillo y hermoso del lugar. Se terminó en el año mil ochocientos noventa y uno, pero no fue bendecido hasta mil ochocientos noventa y seis por el Obispo de la Diócesis Padre Cueto”
TRES FIELES DIFUNTOS Y SUS LUGARES DE DESCANSO EN EL CEMENTERIO PARROQUIAL DE TEROR
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EL CAPITAN ÁNGEL BÉCARES MAS
Ángel Bécares nació el 18 de enero de 1883. Ingresó en el servicio militar activo el 25 de marzo de 1897.
El 27 de enero de 1911 llegaba a la Villa como integrante de la comisión encargada de realizar el plano militar de la provincia de Canarias e integrada por alumnos en prácticas de la Escuela Superior de Guerra, capitanes de caballería y de la Academia de Infantería, a la que pertenecía Bécares.
Unos días más tarde, el dos de febrero el capitán Bécares fallecía sin nadie esperarlo con 28 años de edad. Tal como reseña la crónica la noticia difundida rápidamente por el pueblo fue una “desagradable sorpresa en este vecindario pues se ignoraba que estuviese enfermo, y porque si siempre la muerte deja un vacío en este caso, la pena era mayor por tratarse de una persona recién llegada a esta isla a la que le eran tan gratos los lugares que había recorrido de Gran Canaria, y que además era joven, simpático e inteligente de quien la patria mucho podía esperar”
El alcalde acudió rápidamente al hotel y dio su pésame personal y en nombre del pueblo a los dignos compañeros del finado, testimoniándoles la pena que había ocasionado la muerte del infortunado capitán en esta población.
Durante todo el día continuaron desfilando ante el cadáver, que se hallaba colocado en capilla ardiente muchas personas y por la noche continuaron acompañándole.
Pero cuando más evidente se hizo el duelo general fue al día siguiente durante las exequias en la iglesia del Pino que casi se llenó de fieles a pesar de su amplitud, y más tarde en la traslación del cadáver al Cementerio, a ncuyo acto concurrieron muchos militares y el pueblo de Teror en masa.
Ángel Bécares y Mas está enterrado desde entonces en fosa cubierta por una pieza de mármol realizada por el marmolista de la calle Triana Enrique Wiot Leanza y propiedad del teniente de Infantería Jacinto Roses y Gutiérrez del Castillo.
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MARGARITA YÁNEZ MELIÁN
Margarita de Jesús Yánez Melián nació el 10 de junio de 1853, hija de Carlos Yánez Melián y María del Rosario Santana. Casó con Manuel Acosta Sarmiento, que nació en el Rincón de Abajo (actual Barrio del Pino) el 23 de diciembre de 1853, hijo del labrador y concejal, Cipriano Acosta Suárez y de Francisca Sarmiento Navarro.
Se dedicó al comercio y a la política; los afanes, junto a su familia, más importantes de su vida. Se adscribió al Partido Liberal de don Fernando León y Castillo y gobernó, con algún que otro contratiempo (como el del inicio del llamado pleito de la Fuente Agria) durante más de dos décadas, desde 1890 a 1912.
El 5 de diciembre de 1879 casó con doña Margarita Yánez Melián, tía de otra saga, los Yánez Matos, de gran relevancia en estos años; con quien tuvo a:
-José casado con Trinidad Navarro Cambreleng.
-Margarita casada con su primo Carlos Yánez Matos.
-Mª del Rosario que tomó los hábitos del Císter.
-Manuel casado con Isabel Alonso Jiménez.
-Francisco casado con Isabel Henríquez Molina.
-Mª de los Dolores que tomó los hábitos de la Orden de Esclavas Adoratrices del Santísimo Sacramento.
Fue el alcalde que terminara el siglo XIX, viera los pleitos de la Fuente Agria, la Coronación Canónica de la Virgen del Pino, o acompañara en su visita la Villa a don Miguel de Unamuno dejó de serlo hace 100 años entre graves acusaciones por parte del vecindario terorense y de las otras facciones políticas (todas ellas nutridas de la clase caciquil) que en la España de la Restauración se disputaban el poder.
Manuel Acosta falleció el 12 de abril de 1919, pero hasta cien años más tarde de dejar la alcaldía y hasta del gobierno de Juan de Dios Ramos; ninguna persona le había podido arrebatar el record de haber sido el alcalde que desde la época de la conquista con la presencia de los alcaldes reales, hasta la aparición de los ayuntamientos constitucionales hace justamente dos siglos a raíz de la Constitución de Cádiz y en todo el periodo transcurrido desde entonces más tiempo ha gobernado el vecindario de la Villa Mariana de la Gran Canaria. Gobernó el ayuntamiento terorense desde 1890 a 1912 con un intervalo de un año en el que otro representante de otra familia poderosa, Sebastián Henríquez, lo sustituyó.
Margarita Yánez falleció el 27 de marzo de 1929 y ocupa desde entonces en virtud del acuerdo firmado el 23 de agosto de 1923 una capilla presidida por una bellísima escultura de mármol
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FRANCISCO GONZÁLEZ DÍAZ
Hace un siglo, en 1912, la carretera en construcción entre Arucas y Teror recibía en su salida de la Villa Mariana, el nombre de un intelectual grancanario que por entonces comenzaba una larga y fructífera relación con los terorenses: Francisco González Díaz.
Cuando González Díaz vino a vivir en Teror: hacía tiempo que gobernaba los destinos de la misma un típico representante de la oligarquía caciquil rural característica de nuestras islas, Manuel Acosta Sarmiento.
Fue bien aceptado por toda ésta que podríamos llamar clase alta terorense. A sus múltiples cualidades oratorias y literarias, unía también su entronque familiar. Su tío, Bruno González era con los Gourié, el ostentador del poder económico en Arucas; su prima Rosario González era la marquesa de Arucas; otro de sus primos, hijo de su tía Rafaela González y del guiense José Rivero, fue el poeta Domingo Rivero.
Podemos afirmar que lo que acercó en un primer momento a González Díaz hasta Teror, fue la difusión de su campaña por el arbolado de la isla en el que tenía marcado todo su empeño desde principios de siglo. Aquí encontró apoyo a su cruzada y, después de Las Palmas de Gran Canaria, fue en Teror el primer lugar donde se realizó el Día del Árbol en febrero de 1911.
El 6 de febrero de 1912, un grupo de vecinos, movidos por el deseo de agradecérselo, solicitaron a la corporación municipal de entonces se dignara en nominar el paseo abierto como inicio de la proyectada carretera que uniría Teror con la ciudad de Arucas. El Ayuntamiento acogió favorablemente la propuesta y desde entonces el comienzo de esta carretera hasta la finca de Osorio lleva su nombre.
Asimismo se advertía la alteración que trajo consigo el distanciamiento de los hermanos León y Castillo, así como el cambio que se experimentó en los últimos años de vida de Fernando León y Castillo.
No pudo González Díaz por tanto estar ajeno a los avatares que experimentó el pueblo durante esos años. Y el más representativo de todos ellos fue el consabido pleito de la Fuente Agria, que rompió incluso las alianzas familiares a que nos hemos referido. Si en febrero del 1912 se producía la solicitud de denominación de calle mencionada, tan sólo un mes antes en enero del mismo año, Jerónimo del Río, apoderado por unos vecinos del municipio ponía en cuestión la titularidad de la Fuente. González Díaz también tomó partido, teniendo arte y parte un tiempo más tarde en la famosa Manifestación de la Fuente Agria.
González Díaz, en su deseo de disfrutar de su peculiar clausura terorense, se acomodaba a las circunstancias cambiantes. Lo mismo escribía al pino del Barrio de su mismo nombre:
“Monarca venerable, no abdiques tu corona; eres como un abuelo herido por los años que envejeció sufriendo penas y desengaños y a quien ni el tiempo abate ni la vejez destrona…”
O alababa la iniciativa briosa del alcalde, Isaac Domínguez al dar cuenta de las obras llevadas a cabo en los años 20 en la Alameda que describía una verbena canaria donde “ni el menor detalle faltaba: refajos rojos, pañuelos multicolores, zapatos “resolaos”, sombreritos de tierra adentro, medias bastas de algodón, enormes pendientes, grandes cuchillos en la faja de los improvisados palurdos”
O enaltecía las excelencias del nuevo régimen cuando en 1937, participaba en la inauguración de la calle Calvo Sotelo, en la actualidad calle Nueva.
En este sentido, y sin menosprecio alguno a todo lo que durante años escribió en prensa o lanzó al aire desde las tribunas sobre la Villa, en 1918 lanzó a la imprenta un libro con el que en humilde tributo de mi amor a sus gracias y bellezas habló del lugar y las gentes que años antes lo habían acogido. Con el sencillo título de Teror regaló a la bibliografía terorense uno de sus más preciados ejemplos. El ayuntamiento, en acertada iniciativa, lo reeditó en el 2006.
En los años veinte, una vez transcurrido el primer periodo de su estadía en el pueblo, se trasladó con el Hotel Royal desde su inicial ubicación hasta la construcción que en esta década adornara el comienzo del paseo que llevaba su nombre. Allí estuvo hasta su muerte. Éste fue su asilo y su refugio y desde el Hotel participó en la vida pueblerina y sencilla pero cargada de acontecimientos de Teror, en los foros periodísticos más importantes, en los círculos más clasistas o en enriquecedores viajes; pero siempre regresó a Teror.
En esta década falleció Juan González, el párroco del Pino desde 1908; y en 1927 llegó el joven Antonio Socorro Lantigua; se edificó el Convento de las Dominicas y comenzaron a llenarse de construcciones los alrededores del Recinto. A nivel político local destaca en 1928 la llegada a la alcaldía de José Hernández Jiménez, que repetiría años más tarde y se convertiría con Manuel Ortega Suárez en el principal referente público de toda una época. A colación de lo anterior, se ha de decir que no abundan las referencias del autor a la clerecía terorense. Se menciona en su libro al párroco cuando para llevar a cabo la renovación del pavimento de la Basílica nombra Juan González para advertir que: “Quísolo el cura de la parroquia, y el cura todo lo puede, porque ha sabido hacerse amar y respetar. Es en su ministerio un obrero perseverante, un ardiente apóstol. Se ha dejado la vida entre las zarzas de su misión evangélica. De cara al cielo, sin un desmayo ni un olvido”.
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Política y comercio aparecen estrechamente unidos en todas estas décadas y prácticamente toda la gente que descolló por razones de poder son miembros de familias relacionadas con la venta de todo tipo de productos: desde materiales de construcción a viscosilla, desde quinqués a cachorras y paraguas.
El aspecto urbanístico fue cambiando progresivamente: al convento del Císter se le unió el de las Dominicas, el Ayuntamiento creció a dos pisos, las construcciones de emigrantes y familias de lecheros fueron conformando un nuevo aspecto de la casa de medianías.
Unido a este crecimiento, se presentó un aspecto inexistente a fines del XIX y que en estos años tomó carta propia en la Villa: la colonia de veraneantes. Desde que los miedos a una intervención militar en 1898 hicieran descubrir a muchos las delicias de Teror, cientos de personalidades de toda índole hicieron de la Villa un segundo hogar hasta que los sures isleños arrasaran con esta primera muestra del turismo interior. Familias como los Doreste, Graziani, Parada, Jorge, etc. se unieron durante años para disfrutar de verbenas, veladas literarias en el Casino, noches de juerga veraniega o serenatas a amores imposibles.
De todo ello participó, desde su serena pero no distante atalaya, la figura impasible de Francisco González Díaz.
Fue un terorense más hasta que a las cuatro de la tarde del cinco de abril de 1945 decidiera acabar con su vida, arrojándose desde la ventana del Hotel Royal a la calle que llevaba su nombre. El párroco Antonio Socorro, en la partida, señaló que su huida de la vida se debió a un arrebato de locura.
No obstante, pese a ello, lo que quedó como rescoldo durante décadas de olvido de su persona, fue su incuestionable amor a Teror. Ello basta para que Teror lo mantenga siempre en el pedestal que mereció su vida, su obra y su dedicación incansable a los árboles, tan olvidados como él mismo.
José Luis Yánez Rodríguez
Cronista Oficial de Teror






























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