Más viejo que el tiempo
- Escrito por Quico Espino
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- Publicado en Opiniones
Me sorprendió esta imagen en las medianías de Gáldar. Fue verla y verme de repente, como por arte de magia, sentado en el patio de mi casa, junto a otros chiquillos y a un rancho de mujeres, frente a una montaña de piñas a las que había que descamisar, quitarle las barbas y desgranar.
-¡Venga! Quien “arrejunda” más, elige si le ponemos sal o azúcar al cochafisco –nos dijo mi abuela paterna, que fumaba en cachimba y que nos tenía a todos “ajumados”.
-¡Ños, Tomasita! Eche el humo pa otro lado, cristiana, que me tiene “afisiadita” –le dijo varias veces mi madre, a la cual no le agradaba la costumbre de su suegra.
A mí me gustaba más el cochafisco con azúcar porque el millo se quedaba garrapiñado y más blando que con sal, y me puse al trajín para ver si despachaba antes que los demás niños la parva de piñas que me habían asignado, cumpliendo con el deber de tirar las camisas a un lado y los carosos a otro, cerca de donde se depositaban las barbas.
Mi abuela siempre nos metía miedo con cuentos de brujas y espíritus, y se reía con ganas de nosotros cuando nos asustábamos. Ella misma reconocía que le gustaban las travesuras y las perrerías.
Una vez acabado el deshoje y el desgrane, se pasaba el millo por un cedazo, con el fin de quitarle las impurezas, y se metía en sacos para llevarlo a tostar y más tarde al molino, que siempre emanaba un olor a gofio recién molido, un aroma que se extendía por el barrio y que abría el apetito.
La estampa de mi madre, delgada y menuda, y de las otras mujeres con los brazos en jarra, cargando en la cabeza los sacos de millo, y luego las talegas de gofio, sobre un ruedo, se mantiene indeleble en mi memoria. Derechas como varas, seguras en el paso, parecían estar esculpidas en el camino, una imagen que se quedaba congelada cuando se paraban a hablar un momento.
Cuando miro hacia atrás, hacia ese pasado tan distante, tengo la sensación de no haber sido yo sino otra persona quien vivió esas experiencias. Son tan remotas, están tan lejos, que, a veces, por un instante, se me antoja que soy más viejo que el tiempo.