Inocencia primitiva
- Escrito por Quico Espino
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- Publicado en Opiniones
¡Hola, chiquirrinín! ¡Primor, ricura, cosa más linda!, y otras lisonjas cariñosas, le dijo nuestra querida amiga a la preciosa criatura que mantenía en sus brazos.
Se están mirando los dos. Madrina y ahijado. Ambos comparten un momento que resultó entrañable, de una ternura a flor de piel, casi prodigioso, a quienes estábamos presentes, sobre todo cuando el bebé correspondió a la sonrisa que le dedicaban.
Un rayo de sol incidió en su cara en ese instante. Ya se le había iluminado con la expresión que se dibujó en su mirada y en el rictus de sus labios, realzando su inocencia original, primitiva, reflejada especialmente en los ojos y en la boca.
Candor, ingenuidad, sencillez, pureza, naturalidad y cierta incertidumbre se desprenden de la mirada del bebé al que ella pretende hacer sonreír con carantoñas maternales y muestras de cariño que terminan conquistándolo.
Si con la sonrisa del niño se nos cayó la baba a quienes lo mirábamos embelesados, cuál no sería nuestro placer cuando, un tiempo después, empezó a soltar carcajadas que sonaban como alegres cascabeles en el aire y que nos hacían reír con deleite.
Como por un impulso instintivo, de manera irreflexiva, le hacíamos payasadas y le decíamos monerías para que nos volviera a embriagar con su risa. Nos parecía gracioso vernos actuar tan tontamente, dejándonos llevar por la espontaneidad de nuestra naturaleza, la sencillez y la ingenuidad que nos transmitía el pequeño.
Una criatura que, como otras muchas que tuvimos el placer de conocer, nos transportó en el tiempo. Un viaje al pasado en el que nos vimos reflejados tal como fuimos en nuestra más tierna infancia, una etapa de la vida por la que todo el mundo pasa y de la que la memoria ni se acuerda.